atenas- Estas elecciones no son como las anteriores. Grecia no va a las urnas con la esperanza de un nuevo horizonte, de un cambio que acabe con la austeridad que ha sumido a los griegos en la desesperación, cuando no en la ruina. Hoy votan resignados a seguir, rescate tras rescate, viviendo cada día un poco peor. Los dos grandes partidos del momento, Syriza y Nueva Democracia, pugnan por administrar el sufrimiento, no por acabar con el. Tsipras llegó al gobierno empujado por la ilusión en algo nuevo que rompiera con más de 50 años de gobierno de dos familias: Papandreu y Karamanlis. Los Papandreu llevaban más de medio siglo prometiendo, elección tras elección, una reforma en profundidad del estado y para ello apelaban siempre a la ilusión. En las elecciones de hoy, la máxima aspiración de su partido -el Pasok- es a no quedar fuera del Parlamento.
Nueva Democracia, partido de los Karamanlis, se ha movido mejor y mantiene sus opciones de gobierno. Ellos nunca se han atribuido la ilusión, más bien se hicieron propietarios del realismo y transitan por un espacio político sin nadie que se lo dispute.
Con Syriza en escena, el panorama político griego ha dado un vuelco por la izquierda, siendo el partido de Tsipras el que arrebatara al Pasok la bandera de un cambio ilusionante. Cambio que no se ha producido.
Llegaron al poder para luchar contra el rescate y han firmado uno de los más duros. Convocaron un referéndum pidiendo el no de los griegos a las condiciones de Bruselas y tras obtener un respaldo mayoritario a su propuesta, las aceptaron.
Para Nueva Democracia estas elecciones eran como un disparo bajo la línea de flotación del partido. Sumido en una profunda crisis tras la dimisión de su anterior presidente, Andonis Samaras, tenía al frente a Vanguelis Maimarakis, un líder provisional que había sido ministro en el gobierno derrotado por Tsipras. Pero sin que ni ellos mismos se lo esperaran, Meimarakis ha logrado unas cotas de popularidad superiores incluso a las de Tsipras. Tanta ha sido la sorpresa que les ha pillado sin una estrategia de gobierno y ha basado la campaña en ofrecer mil veces -y mil veces rechazado- un gobierno de coalición a Syriza.
En Grecia, al igual que en todas partes, se hacen muchas encuestas, pero si las encuestas en general tienen cada vez menos fiabilidad, en Grecia mucho menos. En el país que parió la democracia los medios de comunicación que las publican están en manos del stablishment, contrario a Syriza. Y ya demostraron en el pasado referéndum cómo se las gastan.
sondeos y ‘plaza pública’ Ahora los sondeos empatan a Syriza y Nueva Democracia. Incluso alguno da ligera ventaja a la formación de derechas, colocando a los neonazis de Amanecer Dorado en tercera posición, eso sí muy lejos de los dos primeros. Pero en Grecia la formación de opinión depende menos de los medios de comunicación que en otros países. Allí cobra una gran importancia la plaza pública. Mercados, bares, bancos del parque..., la gente socializa sus filias y sus fobias generando debates más eficaces que los televisivos. Y en estos días el entusiasmo de los últimos comicios parece brillar por su ausencia. En ese verdadero pulso al pueblo griego, gana la resignación por goleada.
La gente no vive mejor, las perspectivas no remontan, el rescate se ha instalado en sus vidas y el horizonte sigue igual de oscuro que cuando optaron por Tsipras. No obstante, parece que el primer ministro dimisionario es considerado como el menor de los males. A Tsipras le llegó una mala noticia el último día de la campaña. El que fuera su mano derecha y ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, apoya a la escisión del partido, Unidad Popular, a la que las encuestas le aseguran la entrada en el Parlamento, pero muy lejos de sus excompañeros.
Además hay muchos griegos que optaron por Syriza que ahora aseguran que no irán a votar (aunque el voto es obligatorio en Grecia no se sanciona por no acudir). De ahí que en el 15% de indecisos y en el número de abstencionistas está hoy la clave.
De todas maneras, en lo que coinciden todos los griegos, sean del partido que sean, es que irán a votar con la ilusión hipotecada a largo plazo.