Grecia sigue las negociaciones en Bruselas con la sensación de que todo intento de ganar la confianza de los socios es en vano, pues a cada oferta para recuperar credibilidad, le siguen nuevas exigencias.

Lo que se siente en Grecia es que todo lo que se hace es poco y que en realidad de lo que se trata es de forzar un cambio de Gobierno. “Lo que se juega es a humillar a Grecia y a los griegos o a derrocar al Gobierno de Tsipras”, dijo ayer el vicepresidente del Parlamento Europeo y miembro del partido gubernamental Syriza, Dimitris Papadimulis en declaraciones a la cadena privada de televisión Mega. Papadimulis es uno de los pocos políticos que se pronunciaba ayer, una jornada crucial en la que cualquier palabra podía ser malinterpretada.

Pero opiniones como la suya existen también en el mismo seno de la Comisión Europea (CE), y la cadena privada Skai recogía ayer el testimonio de un funcionario del Ejecutivo comunitario que no ocultaba su malestar con la actitud que está teniendo Alemania en esta negociación. “Aunque (el ministro griego de Finanzas, Euclides) Tsakalotos se cortara una pierna, a los alemanes les parecería poco”, señalaba esta fuente en declaraciones citadas por Skai, para añadir que el nuevo ministro de Finanzas “tiene buenas maneras” y está dispuesto a hacer todo lo que haya que hacer para lograr un acuerdo. “¿Qué más se puede hacer para recuperar confianza?”, se preguntaba.

Fatalismo y rabia Mientras, en la calle, se respira una mezcla de fatalismo, rabia hacia el Gobierno por incumplir todo lo prometido e ira hacia países como Alemania, a la que se ve como el obstáculo principal. Muchos griegos tienen estos días sentimientos encontrados, pues a pesar de que lo que más quieren es que se acabe el calvario de las negociaciones y que vuelvan a abrir los bancos, se sienten traicionados por un Gobierno al que votaron para que rompiera con el círculo vicioso de la austeridad.

Hay ciudadanos que simplemente se han entregado al fatalismo, como Kostas, un quiosquero de unos 30 años, quien asegura que “al fin y al cabo no podemos influir en lo que haya de venir”, y se tranquiliza pensando en que lo que vendrá, “será por igual para todos”.