“Soy gay, no puedo tener un hijo. Creo que no se puede tener todo en la vida. Y es incluso bonito privarse de algo. La vida tiene un recorrido natural y hay cosas que no deben ser modificadas (...) No hemos inventado nosotros la familia (...) Un niño, cuando nace, debe tener un padre y una madre. O al menos debería ser así. No me convencen aquellos que yo llamo los hijos de la química, los niños sintéticos. Úteros de alquiler, casi elegidos por catálogo. Y después ve a explicarles a estos niños quién es la madre. ¿Usted? (...) Procrear tiene que ser un acto de amor. Hoy, ni siquiera los psiquiatras son capaces de afrontar los efectos de experimentación”. Palabras de Domenico Dolce, de Dolce &Gabana. Su compañero, Stefano Gabbana, no piensa del mismo modo.
Respuesta de Elton John: “¡Cómo os atrevéis a llamar sintéticos a mis preciosos hijos! Os tendría que dar vergüenza haber apuntado con vuestros dedos prejuiciosos a la fecundación in vitro, que ha permitido a legiones de personas que aman, heterosexuales o gays, cumplir su sueño de ser padres”. A continuación, junto a otros artistas, ha anunciado una campaña de boicot contra su ropa.
Sé que la cuestión que Dolce plantea es delicada, que mueve sentimientos, deseos y convicciones muy profundas, en un contexto de mucho sufrimiento. El tiempo clarificará el debate. Lo que es evidente es que algunas cosas, al parecer, hoy ya no se pueden decir, y si las dices, te la juegas. Tenemos tanto por aprender, incluso por parte de los que han hecho de la libertad de expresión su bandera a lo largo de tantos años...
Creo que sería bueno un estudio sobre la actitud histórica de la sociedad española hacia el franquismo y su aceptación real. Sería del máximo interés recordar cuántos decidieron ser “apolíticos”, los que optaron por “vivir y dejar vivir”, cuando no disfrutar de su “paz”.
Otro estudio debería profundizar en el porcentaje de gente que realmente luchó contra el franquismo, de un modo u otro. Sin olvidar el apoyo real que la sociedad española dio a represaliados, detenidos, familias de encarcelados y asesinados, así como de los que lo denunciaron o salieron a la calle por ellos. Es decir, convendría saber el porcentaje de “cobardes” y de “valientes”. Aquí y en todas partes.
Todo ello nos daría una visión más objetiva y más exacta de cómo sucedieron realmente las cosas, y, a partir de ello, elaborar un discurso de lo que ha sucedido entre nosotros a lo largo de estos años.
Sé que alguno puede pensar que estoy uniendo churras con merinas, pero a mí me parece que no, que lo que estoy proponiendo es que pongamos sobre la mesa todo lo que sabemos de sufrimiento y de maldad y que, una vez puesto, lo observemos, nos miremos a la cara los unos a los otros, nos cojamos de la mano y elaboremos entre todos un discurso muy breve, que solo diga una cosa: nunca más. Qué verdad es aquello de que la memoria es selectiva. No quiero herir a nadie; pero sí decir que últimamente me siento herido.
Dicho eso, afirmaré que no quiero juicios sobre el pasado, que no soy nadie para juzgar a otros, del mismo modo que considero que tampoco otros tienen autoridad moral alguna, entre otras razones porque, conociendo sus trayectorias ideológicas, mucho nos tememos que tienen los resultados en la mesa antes de comenzar a efectuar el examen. O dicho de otra manera: que no me fío un pelo.
Ahora, los votantes han dicho nuevamente que sí a Netanyahu. Y son muchos los que se rasgan las vestiduras. Pero esos votantes no hacen sino reaccionar contra lo que ven. ¿De verdad que alguno cree que sectores decisivos del mundo árabe quieren de verdad negociar, es decir, ceder, aunque sólo sea ideológicamente, en algo? No creo que sea necesario mostrar aquí mi nula simpatía por el actual gobierno israelí, aunque sí mi compasión por el sufrimiento de tantos años por los pueblos judío y árabe.
Siguen igual, luego sólo les sucederá lo mismo: seguirán sufriendo.
Patricia Highsmith era una mujer cuya vida me daba más miedo que sus libros. Tenía la costumbre de hacerse una pregunta antes de irse a dormir la siesta, sabiendo que la intuición funcionaría. Ignacio de Loyola hacía lo mismo: procuraba fijar el último de sus pensamientos del día, sabiendo que eso marcaría el primero del día siguiente.
O cambiamos de preguntas o esto da lo que da, que es lo mismo que ha dado hasta ahora. Sé que estoy un poco triste, pero tal vez sea el tiempo? o la gripe.