Las excavadoras israelíes ingresaron por la noche en la casa de Abed al-Ramhman al-Shaludi, en el barrio de Silwan de Jerusalén Este, y destrozaron todo lo que encontraron a su paso. A sus familiares no se les permitió coger sus pertenencias antes de la demolición. Todo acabó a las cuatro de la mañana. El pasado miércoles, Israel comenzó a aplicar una política de castigo colectivo por los recientes ataques de lobos solitarios palestinos contra ciudadanos israelíes. Al-Shaludi era el responsable de la muerte de un bebé de tres meses y una estudiante ecuatoriana de 22 años al empotrar su coche contra una parada de tranvía en Jerusalén. Este se considera el primer atentado de una oleada que ha dejado en un mes 11 israelíes muertos y un herido grave y que ha despertado el terror entre la población. Todos los atacantes, ocho palestinos, fueron abatidos por las fuerzas de seguridad israelíes.

Pero la creciente tensión viene de antes, de junio, cuando tres adolescentes israelíes fueron secuestrados y asesinados en Cisjordania. La acción se atribuyó a Hamás, pero Israel llevó a cabo una operación de redadas nocturnas y masivas entre la castigada población del territorio ocupado. Las detenciones colectivas se alargaron durante todo el verano, en paralelo a la brutal ofensiva israelí sobre la franja de Gaza, que dejó 2.100 muertos, en su mayoría civiles, y 10.050 heridos en el lado palestino y 67 fallecidos, 64 de ellos militares, en la parte israelí.

La muerte de adolescentes judíos y palestinos -varios israelíes capturaron y quemaron vivo a un palestino de 15 años en venganza por la muerte de los tres jóvenes judíos-, la devastadora ofensiva sobre Gaza y la ampliación de las colonias en territorio ocupado -el 27 de octubre, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ordena la planificación de un millar de viviendas más en Jerusalén Este- han derivado en enfrentamientos y actos de violencia constantes de un nivel desconocido desde la Segunda Intifada. Tanto que el miedo a una tercera intifida ha crecido en Israel.

Y Jerusalén se encuentra de nuevo en el epicentro de las tensiones. Capital “eterna e indivisible” para los israelíes, la comunidad internacional no la reconoce como tal al estar su parte oriental bajo ocupación desde 1967. De hecho, es ahí donde los palestinos aspiran a instalar la capital de su futuro estado. El martes, después de que dos palestinos asesinaran a cinco israelíes en una sinagoga, Netanyahu prometió mano dura y señaló directamente al presidente palestino, Mahmud Abbas. “Esto es el resultado de las provocaciones lideradas por Hamás y Abu Mazen (Abbas)”, subrayó. El mandatario palestino, por su parte, acusa a Netanyahu de la actual escalada de violencia, sobre todo, desde que Israel cerrara la Explanada de las Mezquitas después de que un palestino hiriera a Yehuda Glick, un polémico ultraderechista nacionalista judío que reivindicaba el rezo para los judíos en el recinto. La Explanada de las Mezquitas es el lugar más sensible de la ciudad y nunca antes había sido cerrada, ni siquiera cuando, en 2000, la visita del entonces primer ministro Ariel Sharon desembocó en la Segunda Intifada.

Y la tensión no parece remitir. Ayer mismo, un grupo de colonos judíos quemaron la vivienda de una familia palestina en la aldea Khirbet Abu Falah, próxima a Ramala, Cisjordania.