hong kong - Las protestas lideradas por estudiantes que claman por mayores libertades democráticas para Hong Kong sacan a flote la brecha generacional entre padres e hijos chinos nacidos dentro y fuera de las fronteras de la que fuera colonia británica. Marco Lee, estudiante universitario, trata de acabar un ejercicio para su asignatura de inglés financiero sentado en el suelo y sujetando un paraguas en el epicentro de las protestas con las que estudiantes y después ciudadanos de a pie mantienen el pulso a los gobiernos de Hong Kong y China desde hace seis días pidiendo mayor apertura democrática para la isla. “Hoy no tenía clases así que he aprovechado para tratar de estudiar aquí, como he hecho estos días pasados, sólo que no puedo dejar los estudios a un lado, si mi padre se entera podría tener un gran problema”, explica, y continúa: “Mi padre piensa que lo que el Gobierno nos dice que hagamos, debemos hacerlo”.
Con esta última frase Lee resume el punto de vista de su progenitor sobre la ya denominada revolución de los paraguas que lleva acaparando titulares desde hace una semana. El padre de Lee, natural de la parte continental china, forma parte de un gran grupo de ciudadanos que han nacido y crecido bajo el férreo control comunista y que han acabado estableciendo su residencia en Hong Kong, donde han tenido hijos. Las protestas de estos días han sacado a flote el salto entre estas dos generaciones que han vivido entornos sociales y políticos muy diferentes.
“Si mi madre se entera que estoy aquí podría llevarme una buena bronca y castigo, pero debo estar, porque somos los ciudadanos los que debemos tener el derecho de decidir cómo queremos nuestro futuro”, explica Fennie Wong, una estudiante de arte dramático de 21 años. Wong cuenta que su madre, que nació en la parte continental, tilda a los jóvenes que se manifiestan de vagos y liberales que deberían preocuparse de estudiar o de buscar un trabajo. “He tratado de hablar con ella, de hacerle entender lo que es luchar por tus ideas y las del futuro de la sociedad, el trabajo en equipo, la determinación de un grupo de personas de poder conseguir cambios si trabajan de forma conjunta, pero siempre me dice que en Hong Kong las cosas van tan bien que pedir más es ser egoísta”.
sin que lo sepan en casa Como ella y como Lee son muchos los que acuden a estas concentraciones sin la complicidad de sus progenitores, quienes son testigos sin saberlo de que sus herederos han decidido abanderar las demandas de cambios sociales y políticos en una sociedad que para ellos vive ajena a problemas.
“El pragmatismo es una cualidad muy practicada en Hong Kong, una ciudad comprimida donde todos los servicios marchan sobre ruedas y la gente no busca complicaciones por miedo a que cualquier cambio pudiera alterar una estabilidad que para muchos sería impensable kilómetros más allá del centro de la ciudad”, cuenta Jonathan London, profesor de sociología de la Universidad de Hong Kong. El mero hecho de vivir en Hong Kong otorga ciertos derechos y libertades fundamentales que no son reconocidos a escasos kilómetros, como los de la libertad de prensa, de reunión o un sistema judicial independiente. “Tengo amigos cuyos padres afirman que sólo venimos porque hay gente y que no entendemos el significado real de lo que es la democracia, pero quizá sean ellos quienes no lo sepan realmente”, explicó Sasha Lan, de 23 años, que cuenta con el apoyo de su madre, hongkonesa, con quien acudió a las protestas días anteriores.
Ayer se produjeron múltiples enfrentamientos entre participantes y opositores a la ocupación estudiantil en el sexto día de protestas.
Mong Kok, uno de los barrios con mayor densidad de población del país y con una alta actividad comercial, vivió los momentos más tensos del día después de que cerca de un millar de personas acorralaran a apenas un centenar de estudiantes para exigirles que dejen las calles libres y devuelvan la normalidad al área. El área de los jóvenes prodemocracia llegó a quedar reducida a apenas 20 metros cuadrados, hasta que más manifestantes acudieron en su ayuda.