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LA mayoría del mundo musulmán comienza hoy el mes de Ramadán, que este año se celebrará con los fieles pendientes de los conflictos abiertos en Egipto y Siria y con un clima de creciente hostilidad entre suníes y chiíes. La guerra en Siria, donde los abanderados de la ortodoxia suní (Arabia Saudí y Catar) apoyan sin ambages a todo un universo yihadista que recluta adeptos en todo el mundo musulmán, ha radicalizado el discurso anti-chií, que ya no es solo anti-iraní. Si los ataques a fieles chiíes en sus mezquitas o romerías eran frecuentes en las últimas dos décadas en los países de Asia (Afganistán y Pakistán, principalmente), más tarde se extendieron a Irak y ahora han llegado al mismo Egipto, donde el pasado 25 de junio un grupo de chiíes fue linchado por una multitud ante la pasividad de la policía. La unidad de la umma o nación islámica ya es poco más que un eslogan, con unos medios de comunicación que subrayan las discrepancias entre la mayoría suní y una minoría chií (algo más del 10%) concentrada entre Líbano y Pakistán pero que empieza a cosechar adeptos, casi clandestinamente, en algunos países árabes.
Sin embargo, el Ramadán ha supuesto siempre para los musulmanes una suspensión transitoria de los conflictos, dado que no solo es un mes de privaciones físicas, sino además, y sobre todo, un mes de piedad y recogimiento en el que incluso la mentira, la maledicencia y el perjurio están prohibidos.
Es de sobra conocido que el Ramadán supone la abstinencia de comida, bebida, tabaco y sexo entre el alba y el ocaso: "Observad un ayuno riguroso hasta la caída de la noche" -dice el Corán a los fieles-. Y durante la noche "comed y bebed hasta que al alba pueda distinguirse un hilo blanco de uno negro".
Como el mundo islámico se encuentra en su mayoría en el hemisferio norte, este año será uno de los más difíciles, por coincidir el Ramadán con los picos de calor veraniego y con las noches más cortas, lo que va a suponer un ayuno de más de 16 horas diarias.
En un mundo que vive un palpable retorno a la religión y a las prácticas de culto, el ayuno es un precepto que se sigue a rajatabla, y aquellos musulmanes que no respetan la abstinencia son sencillamente invisibles: si comen o beben o fuman, lo hacen a escondidas, a sabiendas de que un vecino los puede denunciar y las leyes perseguirlos. Por ello, al ponerse el sol, las calles de las ciudades se vacían literalmente; a esa hora, las familias se sientan en torno a un plato de sopa humeante, raciones de dátiles y multitud de dulces, y quien a esa hora transite por las calles desiertas solo podrá escuchar el sonido de la alegre cuchara contra el tazón.