Las transiciones democráticas en el norte de África han hecho aflorar las tensiones entre liberales e islamistas. Hace dos años, se manifestaban juntos en la plaza cairota de Tahrir para pedir la salida del rais Hosni Mubarak, pero tras la victoria electoral de partidos islamistas moderados tanto en Egipto como en Túnez, los sectores liberales consideran que estos intentan monopolizar el poder e imponer unas constituciones que no tienen en cuenta el interés general de la población. La redacción y posterior aprobación de la Carta Magna egipcia, elaborada por los Hermanos Musulmanes, provocó a finales del año pasado una grave crisis en el país. En Túnez, mientras, la Asamblea Constituyente que salió de las primeras elecciones tras la revolución del jazmín no ha logrado los acuerdos mínimos para pactar la nueva Constitución.
"El abismo entre islamistas y liberales es cada vez mayor", considera Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante. El asesinato, el pasado miércoles, del abogado y líder de un partido de izquierda integrado en el Frente Popular, Chokri Bel Aid, ha abierto de nuevo las heridas y ha provocado tensión e incertidumbre sobre el futuro del país norteafricano. Los liberales piden el fin del Gobierno islamista, que encabeza el partido Ennahda junto a dos formaciones laicas y progresistas, y claman una segunda revolución.
Lo mismo pasa en Egipto, donde ayer murió una persona y más de 200 resultaron heridas. Miles de personas salieron de nuevo el viernes a las calles para pedir la dimisión del presidente Mohamed Mursi y exigir justicia por la muerte de manifestantes en los últimos disturbios. "Es cada vez más evidente que muchas personas que salieron a las calles para acabar con Ben Ali y Mubarak no se sienten representados por sus gobiernos y consideran que hace falta una segunda revolución. Quizá su mayor fracaso haya sido su incapacidad para construir consensos y crear gobiernos de unidad sólidos en los que estén representadas todas las sensibilidades políticas, hecho que ha provocado una profunda desafección por parte de la ciudadanía", analiza Álvarez-Ossorio.
Gobierno tecnócrata Tras las protestas por la muerte de Bel Aid, de la que muchos opositores responsabilizan a Ennahda, el primer ministro tunecino, Hamadi Yebali, propuso la creación de un Gobierno tecnócrata, algo que rechaza su partido, Ennahda. Ayer, Yabali insistió en esta idea, mientras que la dirección ejecutiva de la formación islamista apuesta por la formación de un gobierno de Unidad Nacional. "Yabali está haciendo sus contactos y reuniones para formar su gobierno de tecnócratas, pero hasta ahora no hay nada claro", señaló Samir Triki, miembro de la ejecutiva de Ennahda, a la agencia Efe. "Por nuestra parte, estamos hablando con todos los partidos más representativos, estamos buscando una oportunidad para ampliar la alianza gubernamental y obtener una unión más amplia que supere a la troika en número para formar un gobierno de Unidad nacional", agregó Triki.
Así, continúa la incertidumbre sobre la remodelación gubernamental. Mientras, Ennahda hizo ayer una demostración de fuerza al reunir en las calles a miles de simpatizantes, tras las multitudinarias protestas de la oposición que desde el miércoles han pedido la dimisión del Gobierno tunecino. Durante un discurso ante sus simpatizantes, el dirigente del partido Lutfi Zituni pidió ayer al Parlamento que apruebe la Ley de Protección de la Revolución para excluir de la política a los antiguos responsables del régimen de Zin el Abidín Ben Ali.
Para Zituni, la disuelta Reagrupación Constitucional Democrática (RCD) de Ben Ali está oculta en el partido Nidá Tunis, del exprimer ministro Beyi Caid Essebsi y considerada una de las principales agrupaciones de la oposición. Asimismo, el dirigente islamista atribuyó la violencia política en el país, en concreto el asesinato de Bel Aid, a contrarrevolucionarios del antiguo régimen que pretenden destruir el "sueño de la revolución".
Retos de la transición A la división en el seno del partido del Gobierno y su enfrentamiento con la oposición laica, se suma la amenaza del extremismo salafista. Todo ello pone en riesgo la estabilidad del país y el proceso de transición. Asimismo, la pobreza y la corrupción, fuertemente denunciadas durante la revolución de los jazmines, siguen golpeando a amplias zonas del país. "Las tres principales reivindicaciones de las revueltas de 2011 -pan, libertad y justicia social- siguen totalmente vigentes. Poco o nada se ha avanzado en el terreno económico, político y social. Se ha puesto de manifiesto que el lema empleado durante décadas por las formaciones islamistas -"El Islam es la solución"- era una falacia, ya que los problemas endémicos que padecen dichos países muy difícilmente se resolverán con una mayor religiosidad o una mayor presencia de la sharia en la legislación", asegura Álvarez-Ossorio.
"Me parece especialmente interesante que los partidos islamistas hayan asumido labores de gobierno, ya que les obliga a gestionar el día a día y a encontrar respuestas a los problemas cotidianos de una población que se siente abandonada por sus gobernantes", agrega el profesor universitario. Los procesos de transición en Túnez y Egipto han cumplido ya dos años, durante los cuales se han celebrado elecciones libres, se han formado Asambleas Constituyentes para reformar la Carta Magna... sin embargo, enfrentan aún grandes desafíos.