Washington. El debate que enfrentó ayer a los candidatos a la presidencia de Estados Unidos estuvo abierto a las preguntas del público, una tradición instaurada hace veinte años y que, a lo largo de este tiempo, ha puesto contra las cuerdas a varios candidatos. El debate se celebró en la Universidad de Hofstra (Nueva York) y tanto el demócrata Barack Obama como el republicano Mitt Romney debieron responder a las preguntas formuladas por hasta 80 votantes indecisos seleccionados previamente por la empresa encuestadora Gallup -al cierre de esta edición aún no había dado comienzo el debate, previsto para las 02.00 GMT-.
Los analistas estadounidenses coincidían ayer en que el presidente Obama necesitaba una victoria contundente en este segundo debate, después del estrepitoso fracaso del primero, durante el cual se mostró dubitativo, una actitud que le arrebató la ventaja en las encuestas. Por su parte, Romney, después de semanas de caer en los sondeos por sus constantes meteduras de pata, se convirtió en el claro ganador y le devolvió a la carrera electoral con fuerza. Con un nuevo triunfo podría tomar la delantera al mandatario.
Los orígenes de este formato se remontan a la campaña para las elecciones presidenciales de 1992 entre el entonces presidente George H.W. Bush y su rival demócrata, el Gobernador de Arkansas Bill Clinton. "¿Cómo le afecta a usted personalmente la deuda nacional?", espetó una ciudadana al presidente Bush, ante lo que éste, visiblemente sorprendido, le pidió mayor precisión en su pregunta: "No estoy seguro de lo que pregunta, ¿no estará sugiriendo que la deuda no afecta a quienes tienen recursos, verdad?".
La reacción irritada del presidente a una pregunta extraña e incómoda formulada por una electora contribuyó a mermar la imagen pública del político conservador, a la vez que aupó a su rival, quien supo desenvolverse con mucha más naturalidad. "He sido gobernador de un pequeño Estado durante 12 años", explicó Clinton mientras caminaba hasta situarse frente a la mujer, manteniendo siempre la mirada fija sobre su interlocutora: "He visto a gente perder su trabajo, fábricas ir a la bancarrota... todo ello mientras desde la capital se les privaba de servicios, pero se les subía los impuestos", señaló. La sagaz respuesta del candidato demócrata y su dominio del lenguaje corporal -cercano y sencillo- en contraste con el nerviosismo y la frialdad de Bush, hicieron que Clinton se proclamase ganador indiscutible del debate, encarrilando así su futura victoria en las urnas. La espontaneidad de la que disfrutaron los televidentes en esa ocasión, sin embargo, no se repitó anoche, puesto que a diferencia de lo ocurrido en 1992, esta vez los ciudadanos estaban obligados a escribir sus preguntas por adelantado y era la moderadora quien decidía a cuáles daba voz y a cuáles no. Como le sucedió a su padre, también a George W. Bush le jugó una mala pasada el debate de preguntas ciudadanas, cuando en las elecciones de 2004, en las que optaba a la reelección frente al demócrata John Kerry, una mujer le pidió que expusiera tres malas decisiones que hubiese tomado y cómo las resolvió. "He tomado muchas decisiones... algunas de poca importancia...", balbuceó Bush tratando de rodear la petición, para, finalmente, no indicar una sola cuestión en la que hubiese fallado. La de ayer era la sexta edición de un formato de debates peculiar, en los que las respuestas tienen tanta importancia como la desenvoltura.