El Cairo. El premio nobel de la Paz egipcio Mohamed el Baradei anunció ayer su decisión de no presentarse como candidato a las elecciones presidenciales de su país ni a ningún otro cargo oficial.

En un comunicado, El Baradei explica que su conciencia no le permite presentarse a las presidenciales "salvo en el marco de un régimen democrático verdadero", y manifiesta su convicción de que "el antiguo régimen todavía no ha caído".

Según el ex secretario general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), "la arbitrariedad y la mala administración del proceso de transición conducen al país lejos de los objetivos de la revolución" que acabó con 30 años de presidencia de Hosni Mubarak, y cuyo aniversario se conmemora en solo diez días.

Por ello, El Baradei concluye que "el régimen anterior no ha caído" y renuncia a presentarse a las presidenciales, en las que estaba previsto que representase al ala liberal y progresista de la sociedad egipcia.

"Lo más importante que consiguió (la revolución) es romper la barrera del miedo y la recuperación del pueblo de la fe en su fuerza para el cambio", asegura El Baradei, quien insiste en que "este pueblo va a seguir reclamando sus derechos hasta que los consiga por completo".

En una metáfora naval, el político considera que "el barco de la revolución ha tomado un camino difícil, ha sido golpeado por olas fuertes y no ha podido llegar al puerto de la salvación".

Atribuye la responsabilidad de ese fracaso al "tripulante del barco, que no ha sido elegido por los pasajeros y no tiene experiencia en la navegación", y al que acusa de haber aumentado las divisiones en la sociedad y de sumirla en "diálogos estériles".

Por ello, apela a las "fuerzas de la revolución" a seguir trabajando para alcanzar todos los derechos del pueblo, y acusa a los militares de practicar una política de seguridad "represora y violenta".

PERFIL Nació en El Cairo el 17 de junio de 1942 en una familia acomodada. Se licenció en Derecho por la universidad de la capital egipcia en 1962 y alcanzó el doctorado en Derecho Internacional por la Escuela de Leyes de la Universidad de Nueva York en 1974. Tras trabajar en el cuerpo diplomático egipcio, en 1980 su vocación por las instituciones multilaterales lo llevó a la ONU, donde dirigió el Programa Internacional de Derecho en el Instituto de Investigación de las Naciones Unidas.

Cuatro años más tarde, llegó al OIEA, donde escaló puestos hasta llegar a lo más alto.

Su mandato estuvo marcado por su empeño en fomentar la utilización de la energía atómica con fines pacíficos y en garantizar la política de inspecciones de armas nucleares en el mundo.

Casado y con dos hijos, El Baradei alcanzó su verdadera proyección internacional al enfrentarse al Gobierno de EEUU cuando éste alegó un supuesto programa iraquí de armas de destrucción masiva para invadir ese país en 2003.

El 7 de octubre de 2005 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz junto al OIEA por su "labor independiente y sus esfuerzos para prevenir que la energía nuclear sea utilizada con fines militares".

En febrero, poco después de abandonar su puesto en el OIEA, El Baradei aterrizó en El Cairo, donde cientos de personas lo recibieron como el hombre destinado a acabar con el régimen autoritario de Mubarak.

Solo unos días después, anunció la creación, junto a otros opositores, de la Asamblea Nacional para el Cambio, la misma plataforma que le sigue apoyando.

El Baradei nunca ha ocultado su ambición de presidir el Egipto pos Mubarak.

El 27 de enero de 2011, solo dos días después del comienzo de la revolución egipcia, El Baradei se sumó a lo que todavía entonces era un incipiente movimiento juvenil.

Tras la caída de Mubarak, su nombre ha sonado repetidamente como uno de los candidatos a encabezar un Gobierno de unidad nacional o a presidir la transición hasta la convocatoria de elecciones presidenciales.

Desde la asunción del poder por una Junta Militar tras la caída de Mubarak, El Baradei ha sido uno de los mayores críticos con la gestión de la transición ejecutada por los generales y se ha convertido en la cabeza visible de las demandas de los jóvenes que todavía protestan.