OARAI es una ciudad japonesa de 20.000 habitantes que el viernes sufrió un gran terremoto y después los golpes de las olas de un devastador tsunami. Es una de las tantas muchas poblaciones cercanas al Océano Pacífico que sufrió en sus propias calles la fuerza incontrolada del agua. El puerto está lleno de barcos destrozados, de redes que se engancharon con todo lo que pillaron por el camino, de miles de restos que costará tiempo limpiar y de memorias que, a bien seguro, también costará olvidar.
Sus habitantes no estaban preparados para la llegada de ambos desastres naturales e hicieron lo que pudieron para poder sobrevivir. Hicieron, incluso, locuras nunca recomendadas por los expertos, como subir al tejado de una casa y permanecer en él hasta que pasase la peor parte. Se quedaron sin luz, sin electricidad, sin televisión y sin internet, por ello, pensaban sus vecinos, que serían los más afectados por la desgracia en todo Japón. Parece increíble, pero en pleno siglo XXI historias como estas siguen sucediendo en lugares remotos de la Tierra.
La gran sorpresa fue cuando, al encender la televisión, vieron las imágenes del resto de afectados. No solo no eran los más perjudicados por la tragedia, sino que vieron las imágenes de una espesa columna de humo blanco tras la explosión del reactor número tres de la central nuclear de Fukoshima. Ayer, en cambio, un poco de alegría volvió a llegar a esta ciudad.
Cuando estaban a punto de quedarse sin más provisiones, el Ejército japonés llegó con grandes bidones de agua y camiones cisternas. Los soldados se pusieron a repartirla en la plaza delante del Centro Cultural. En las proximidades, más de 30 voluntarios trajeron pan, alimentos y grandes ollas, y cocinaron arroz, tallarines japoneses y sopa de verduras. Con el rico y apetecible olor de estos platos entraba el hambre a más de uno. Así que no es de extrañar el éxito de la convocatoria. Pese a todas las calamidades, por fin estos japoneses disfrutaban de un momento de alegría. Fue fácil de conseguir, con un simple plato de comida caliente, ya que muchos están durmiendo en el interior del centro cultural, en finos colchones, sobre cartones o en sacos de dormir los más afortunados.
Un nuevo ejemplo de civismo Una de las cosas que más sorprende es el orden, el respeto y la educación en medio de tanto caos. Filas perfectas para conseguir la comida, sitios para reciclar cartón y plástico, cajas perfectamente ordenadas y todos los papeles en la papelera. Sólo esto puede pasar en Japón. Una de las voluntarias es Michiko Ikezawa, natural de la ciudad de Mito, a tan sólo veinte minutos de donde está localizada Oarai, que llegó ayer junto al resto de sus 20 compañeras de trabajo de una peluquería a cocinar alimentos.
Ikezawa se siente orgullosa de poder ayudar con este granito de arena. "Hay tantos sitios sin electricidad y sin agua, pero además ningún sitio parece seguro porque no sabemos el efecto que pueden tener lo que está pasando en las centrales nucleares", lamenta.
"Este terremoto es la primera vez que me hace pensar seriamente sobre mi vida, es la primera vez que me hace pensar dos veces las cosas porque es totalmente diferente a los anteriores. Y creo que no estábamos preparados para algo tan grande", afirma rotundamente la joven.
Además explica la gran diferencia que hay entre las grandes urbes como Tokio y las ciudades como Oarai, donde es fundamental tener un coche. Cómo el Gobierno está tratando la falta de gasolina en rincones como éste es uno de los motivos que más disgusta a Ikezawa. "Necesitamos usar nuestros coches, necesitamos carburante, lo necesitamos realmente, pero no necesitamos el dinero que nos prometen", concluye.