tokio
SON casi las dos del mediodía en Tokio, el vuelo Air China CA925 consigue aterrizar en Japón procedente de Pekín. Es uno de los primeros que lo hace en el aeropuerto de Narita, que ha estado cerrado durante varias horas mientras se comprobaba que las pistas y el resto de las instalaciones no estaban afectadas. Nada más salir a la terminal de llegadas te encuentras con un paisaje desolador. Pasillos medio vacíos con restos en el suelo lleno de cartones que sirvieron de improvisados colchones, sacos de dormir azules repartidos por el personal del aeropuerto, envoltorios de restos de comida y latas de refrescos.
Por los pasillos está un matrimonio catalán y su hija que han venido diez días de vacaciones a Japón. Han decidido irse al aeropuerto aunque su avión no salga hasta el día siguiente, vía Italia. Comentan que les ha costado llegar y que pasarán la noche por la terminal, ya que no les apetece volver al centro de la ciudad, puesto que la tierra se movió demasiado en día anterior.
Los viajeros recién aterrizados buscan la manera de llegar a varios puntos de la ciudad. Los más afortunados tienen un coche esperándoles, otros se conforman con hacer una cola para conseguir un taxi que no saben cuando llegará. Mientras, el personal de los puntos de información recomienda tomar los trenes, que han vuelto poco a poco a la normalidad desde primera hora de la mañana.
En los vagones todo parece normal. Hay jóvenes que mandan mensajes con el móvil, otros aprovechan para echar una pequeña cabezada y los hay que se pelean con las maletas porque no hay sitio suficiente para colocarlas. No hay nada anormal en su forma de comportarse y de actuar. De pronto una señora dice: "¿Hablan ustedes italiano? Es que mi marido es italiano". Cuenta como estaba en su casa cuando sucedió el terremoto y sintió el fuerte movimiento. "Los japoneses estamos acostumbrados pero este ha sido fuerte, tenemos miedo de que se vuelva a repetir uno grande pero con el epicentro más cerca de Tokio", explica. La siguiente es ya su parada. En nuestro caso, toca volver a cambiar de línea, pagar un nuevo billete, subir y bajar más escaleras, y tratar de descubrir cual es la mejor parada para apearse lo más próximo al hotel.
el contraste Tras casi dos horas de travesía parece que el final del trayecto no va a llegar nunca. Y que además, en esta ciudad de doce millones de habitantes no ha pasado nada. El metro vuelve a funcionar, no hay ningún desperfecto y no hay ninguna otra señal que muestre que en este país ha habido un terremoto de 8,8 grados en la escala de Ritcher.
Pero al salir a la superficie la cosa cambia. Estamos en el barrio de Chiyoda, uno de los 23 que tiene Tokio, cuyo nombre quiere decir "campo de mil generaciones" y en el que se calcula que hay casi 400.000 tiendas.
Es sábado por la tarde y las calles están vacías, las persianas de casi todos los establecimientos están bajadas y los carteles señalan que no abrirán hasta que la situación lo permita ya que los productos del interior se han caído con el movimiento sísmico o con los constantes temblores que se viven en la capital japonesa.
En cualquier otro fin de semana normal el ambiente sería bien diferente. Las limpias y ordenadas calles estarían llenas de gente paseando o comprando. Las pocas tiendas que están abiertas son las de 24 horas, que venden un poco de todo. Pero muchas estanterías están vacías, ya que desde el viernes no han llegado nuevos productos para poner a la venta.
Las nuevas réplicas del terremoto hacen que se muevan mesas y sillas, pero también que los sueños de los ciudadanos se vean alterados y no puedan dormir de un tirón. Y les hace caer en la duda de si el siguiente movimiento será aun más mayor o se si producirá una fuga en la central nuclear de Fukushima.
Mientras, la cadena de televisión NHK emite constantemente las impactantes imágenes, mientras, de cuando en cuando, una alerta en un mapa de Japón avisa de que otro temblor está a punto de suceder.