vitoria. Neoyorquino de nacimiento y londinense de adopción, Jules Stewart habla perfectamente el castellano y compagina la escritura con la escalada, otra de sus pasiones. Aficionado desde joven por la historia de la frontera noroeste del Imperio Británico, en los últimos años ha centrado sus investigaciones en Oriente Medio, con especial interés en Afganistán y Pakistán.
Nueva York, Londres... ¿Por qué por estos lares?
(Sonríe). Visité el país hace un par de años y me encantó. Con mi pareja, decidí comprar un piso porque es ideal para vivir y me ofrece descanso y tranquilidad para mis lecturas de investigación. Además, me gusta su gente porque es alegre, no tan seria como los londinenses.
En sus obras retrata a guerreros afganos y pakistaníes y a espías hindúes. ¿Por qué se interesó en Pakistán y Afganistán?
Tras dejar la agencia Reuters en 1994, como freelance me enviaron a Pakistán para escribir un reportaje sobre el país. El paso de Khiber, en la frontera entre ambos países, es lo que llamó mi atención y en especial los Khiber rifles (los rifles de Khyber). Estos son una milicia formada por hombres de la etnia pastún que controla el paso. A partir de aquel viaje, comencé a investigar y buscar datos sobre estos hombres tan especiales.
El lugar (Khiber) es conocido ahora por ser la puerta que permite el suministro a las tropas de la OTAN en Afganistan, ¿cómo accedió a él entonces?
Tuve la oportunidad de entrevistar al expresidente Pervez Musharraf, que organizó un viaje al paso. Allí me invitaron al cuartel de los Khiber rifles. Entonces caí en la cuenta de la importancia de estos hombres, de lo conocido que era el paso para los británicos y la poca información existente sobre ellos.
Afganistán. Se van a cumplir 10 años desde que la OTAN comenzó su intervención. ¿Ve alguna solución para el conflicto?
Creo que tanto el ejército norteamericano como el británico, con más experiencia en la región, se han dado cuenta de que la solución no pasa por un victoria militar. Lo que han de hacer es ofrecer seguridad a la población. Sin ella no van a lograr nada. Por ejemplo, a los productores de opio se les puede ofrecer cultivar trigo a buen precio y lo aceptan. Pero lo que sucede es que, cuando acuden a venderlo en el mercado, los talibanes los detienen y les cortan la cabeza. Se debe ofrecer seguridad continua.
Si la seguridad es la solución, ¿cuáles son sus claves?
Los afganos llevan 30 años de guerra y están cansados. La clave es la contrainsurgencia. También hay que evitar la corrupción y se debe ofrecer una justicia que resuelva los problemas tan rápido como la ejercida por los talibanes, pero sin violencia. Además se han de ofrecer otras soluciones como la reconstrucción de pueblos y ciudades. Los estadounidenses se han dado cuenta del funcionamiento de la contrainsurgecia, como se hizo en Malasia o Aden en los años 60 y 70.
Dice que se han hecho sondeos por las diferentes aldeas y entre los pastunes para ver cuáles son sus necesidades.
Sí y las conclusiones señalan que los afganos quieren, primero, una vida mejor para sus hijos; segundo, agua potable; y, tercero, electricidad a un precio accesible. No hablan de Al Quaeda o de expulsar a los talibanes, porque no entra en su modo de pensar. Pero también se ha de tener en cuenta que dentro del propio Afganistán existen grandes diferencias o varios afganistanes. Está el país rural y el urbano. Y cambiar las costumbres y tradiciones centenarias de estas tribus conservadoras y reaccionarias va a costar mucho tiempo.
Si el cambio es imposible a través del ejército, ¿de dónde ha de venir?
De las ciudades y ha de extenderse al ámbito rural. A la población afgana hay que ofrecerle ayuda económica para que vaya desarrollando pequeños proyectos. Se han de fomentar el desarrollo y la simpatía en la población para ganar su confianza y acabar con la insurgencia. Tunez, Egipto, Yemen, Jordania, Argelia... ¿Por qué ahora y no antes?
Todo tiene su momento. No creo en conspiraciones. Lo que ha ocurrido es algo que lleva tiempo fraguándose. La clase media, los ciudadanos con cultura, han sido quienes se han levantado contra los regímenes establecidos. Sobre todo en el caso de los egipcios, que junto con los iraníes son el pueblo más culto del mundo musulmán.
¿Cree que ha existido algún tipo de coordinación entre los ciudadanos de los distintos países?
No. Todos tienen acceso a Internet y a las cadenas de televisión internacionales (CNN, BBC o Al Jazeera). Muchos ciudadanos de estos países han podido viajar y estudiar en el extranjero y, también, comprobar cómo es la vida en otros países. Han caído en la cuenta de que sus gobiernos se aprovechan de ellos y les toman el pelo.
¿Pueden extenderse las protestas hacia el África subsahariana?
Es difícil. En África, existen conflictos entre pequeños grupos tribales que complican la existencia de una unidad, como en Sudán que está en proceso de división. Además hay una gran falta de organización administrativa en esos países.
Y, ¿ve la posibilidad de que las protestas afecten a Arabia Saudí?
En Arabia Saudí es todavía más complicado que en África. Por una parte, el régimen es muy reaccionario y, por otra, la influencia del Islam puro es muy fuerte. Después están en juego los intereses económicos. Estados Unidos estará encima de lo que pueda ocurrir para evitar disturbios y alteraciones que pongan en peligro el suministro de petróleo.
Tarde o temprano llegará, pero no en la forma en la que ha sucedido en Túnez o Egipto con manifestaciones callejeras. Será de una forma y en un foro más sutil. Con el tiempo habrá cambios, sobre todo, si los países de alrededor presionan.
¿Qué factores han hecho posible que estos regímenes perduren tanto?
Por un lado, la población se ha conformado con el régimen existente. Pero principalmente, la represión ha sido clave para que los dirigentes de estos países se sostengan en el poder.
Lo que esta vez ha movido a la población y provocado que se enfrente a sus gobernantes ha sido la falta de libertad política. Nadie quiere vivir bajo una dictadura. En Egipto, los ciudadanos vieron la oportunidad ante un régimen débil en el que Mubarak, con 83 años, estaba próximo a su fin. Se enfrentaron al miedo de que su hijo heredase el poder.