LA agresión física y sexual a la corresponsal estrella del programa 60 Minutes de la cadena CBS, Lara Logan, durante la celebración de la caída de Mubarak, fue la culminación a 18 desafortunados días para los periodistas extranjeros. Ya desde los primeros días de la revuelta, los periodistas pasaron a ser el gran enemigo del régimen. Esta corresponsal pasó la primera noche en casa de un amigo egipcio, en un barrio poco frecuentado por turistas; camino de su casa, un patrullero vecinal me paró y me hizo un interrogatorio en toda regla, y no contento con ello, me llevó a un check point del Ejército. Los soldados no me prestaron demasiada atención y, finalmente, llegué a casa de mi amigo. Dos días después, ya alojada en otro lugar, supe que dos policías secretas se presentaron en su casa y le interrogaron sobre mí. Evidentemente, corté todo contacto con él por su propia seguridad.
El punto álgido de la caza del periodista llegó el 2 de febrero con las manifestaciones a favor de Mubarak, al punto de que era imposible para los periodistas salir de la plaza de Tahrir sin ser increpados o, incluso, atacados por supuestos defensores del régimen. Por las mañanas, en la plaza, el tema de conversación de los periodistas pasó a ser el de las experiencias vividas durante la noche anterior. Profesionales encerrados dentro de los edificios donde se alojaban, fotógrafos seguidos por las calles, extranjeros ayudando a los reporteros a defenderse contra grupos pro-Mubarak que asaltaban los hoteles… Y, mientras, la televisión estatal propagaba con fuerza la idea de que la revuelta estaba siendo instigada por "agentes externos", sembrando la confusión. En un país donde la Ley de Emergencia hace desaparecer personas sin rastro todos los días, multitud de ciudadanos sin afinidad a un bando o a otro se sentían amenazados ante la presencia cercana de extranjeros. Dos fotógrafos freelance españoles aseguraban haber tenido que abandonar Suez porque el personal del hotel en el que se alojaban les había delatado a la Policía.
la caza del periodista Con todo, la caza del periodista resultó contraproducente, pues la plaza de Tahrir se volvió el único lugar desde el que los reporteros y fotógrafos podían trabajar sin correr riesgos. Y todo ello a pesar de la repentina exigencia del Eejército de exigir un permiso del Ministerio de Información para acceder a ella. Una vez fuera de Tahrir, caída la noche, escondíamos las cámaras y los cuadernos, y procurábamos dar la mínima información posible a taxistas y demás personas con las que hablábamos.
En el interior de la plaza, todo era diferente. Los manifestantes, al tanto de los ataques a los periodistas, les facilitaban el acceso, los trataban con sumo respeto y compartían con ellos la comida y bebida. Durante el tiempo que Mubarak resistió en el poder, las mujeres extranjeras no tuvimos problemas. En una plaza absolutamente abarrotada por una gran mayoría de hombres, la gente se preocupaba de abrir paso a las mujeres, tanto locales como extranjeras, para que no se sintiesen incómodas. Por lo demás, periodistas hombres y mujeres eran tratados por igual. Pocos minutos después de que Omar Suleimán anunciase la renuncia de Mubarak, miles de egipcios llegaban a la plaza de Tahrir para unirse a la celebración, cambiando el paisaje que había predominado hasta entonces. Los manifestantes, muchos heridos y otros tantos sucios debido a las dos semanas que permanecieron sin pasar por casa, dieron paso a familias y a grupos de jóvenes, algunos de los cuales, en mitad de jolgorio, no desaprovechaban la oportunidad de intentar flirtear con las extranjeras.
caen las barricadas Las barricadas en los accesos cayeron y todo tipo de gente, incluidos pro-Mubarak, entraron en Tahrir. En la misma noche de la celebración, el amigo con el que me encontraba en la plaza me tiró del brazo para separarme de dos hombres proMubarak que comenzaron a subir el tono de voz. Una vez alejados, me tradujo lo que me estaban diciendo: "Ya sabemos cómo son las periodistas extranjeras. Seguro que le doy cuatro besos y escribe lo que yo quiera". Tengo que destacar que durante el tiempo que viví en El Cairo, casi un año, lo que más aprecié del lugar fue la hospitalidad y el buen trato de la gente, con muy contadas excepciones. Prueba de ello es que uno de mis antiguos amigos en el lugar era pro-Mubarak y, aún sabiendo el trabajo que realizaba, me ayudó en todo lo que pudo. Pero puede que aquellas personas más frustradas por los acontecimientos se concentrasen en el centro de seísmo, Tahrir, para dejar su desafortunada huella final.
Enviada especial
a Egipto