Una mujer "debe perfumarse allá donde quiera que la besen". Esta frase fue pronunciada en cierta ocasión por Coco Chanel cuando se encontraba en la cima de la popularidad. Eran los locos años 20 en un bullicioso París que se había convertido en el centro europeo de las artes. Por la capital francesa, donde había nacido Gabrielle -tal era su nombre de pila-, se podía ver a pintores como Picasso, Miró, Matisse y Derain; escritores como Ezra Pound, Jean Cocteau y Hemingway; fotógrafos como Man Ray; músicos como Eric Satie€ Todo un Parnaso pendiente de revoluciones artísticas, como el dadaísmo y el surrealismo, que marcarían un nuevo sistema de vida.
La moda tenía entonces un nombre, Coco Chanel, una mujer que se hizo a sí misma a base de tesón y marcado carácter adquiridos en una infancia y adolescencia problemáticas. Huérfana de madre y abandonada por su padre a los seis años, sofocó su soledad con la aguja y el dedal que pusieron en sus manos sus tías. Se dice que cosió trapos viejos preparando un ajuar nupcial para una imaginaria y deseada boda que le sacase de aquel entorno.
El primer hombre que la sedujo fue Etienne Balsan, un oficial de caballería de rico abolengo que, a base de lisonjas, consiguió introducirla en su harén. Ella, lista como el hambre que había sufrido en su infancia, sacó provecho de la situación y consiguió que le pusiera piso en París. Fue allí donde empezó a diseñar y coser sombreros que no tardaba en vender. Se cruzó en su vida Arthur Edward Capel, un jugador de polo que disponía de una gran fortuna, y la muchacha decidió cambiar de ambiente para abrirse camino en círculos sociales de alto copete.
Tras los sombreros vinieron los jerséis, el sport€ Unas líneas atrevidas que marcaron estilo. Supo aprovechar hasta las estrecheces que padeció Francia durante y tras la Gran Guerra. Su habilidad creadora era inagotable. En cierta ocasión, el sencillo uniforme de una asistenta le sirvió como idea para la creación de un vestido negro que hizo furor. Pronto se dio cuenta de que su cuenta corriente rebosaba y de que económicamente podía hablar de igual a igual a su amante.
El nombre de Coco Chanel se asociaba en aquel París con los del compositor ruso Igor Stravinsky y un Romanov, nieto del zar Alejandro II, dispuesto a perder hasta el apellido por ella. La modista les daba largas porque entonces había puesto sus ojos en el segundo duque de Westminster. La experiencia no debió ser muy satisfactoria, porque se le oyó decir: "De esos títulos hay muchos, pero Coco Chanel es única". Total, ¡suela! Jean Cocteau y Diaghilev agradecieron los decorados que diseñó para sus representaciones teatrales y ballets. Fue en ese círculo artístico donde conoció al vasco Paul Iribe y cayó derretida a sus pies.
Un cerebro en la sombra
José Pablo Iribarnegaray, que tal era el verdadero nombre de Paul Iribe, nació el 8 de junio de 1883 en la localidad francesa de Angouleme como hijo del periodista vasco Juan Julio Iribe, redactor de Le Temps, el periódico moderado más destacado del París de la época. Estudió Bellas Artes y saltó a la fama como caricaturista y autor de chistes gráficos para varias revistas humorísticas. Con la llegada del Modernismo, Paul -como se le llamaba-, cambió de estilo y aquellos cuatro trazos del inicio fueron convirtiéndose en pequeñas obras de arte que recordaban mucho al cartelismo que hacían los Secesionistas en Viena.
Influyó notablemente en el éxito del modisto Paul Poiret, considerado el Picasso de los talleres de costura parisinos del tiempo. La influencia del vasco también se hizo notar en joyas, muebles, papeles pintados y, en general, en todo lo que tuviera relación con la decoración de interiores. Coco Chanel esperó astutamente la decadencia de su gran competidor para arrebatarle al preciado diseñador. Eso sí, a precio de oro, porque Iribe se cotizaba bien alto.
En 1911 Paul se casó con Jeanne Dyris, una joven caprichosa cuyas miras estaban puestas en el cine. De hecho, pronto empezó a aparecer como extra en algunas películas, siendo la más destacada La idea de Françoise, junto a Pierre Etchepare. La pareja viajó a Hollywood en 1914 a instancias de ella, deseosa como estaba de entrar cuanto antes en el mundo peliculero por la puerta grande.
Se instalaron con toda pompa en la Avenida de Longpree, al Oeste de Hollywood. Paul realizó los decorados de varias películas y cuando consideró que estaba capacitado se pasó a la dirección para hacer Channing Husbands, donde demostró que se había sobrevalorado. Las críticas que obtuvo fueron nefastas. Para entonces el matrimonio ya empezó a hacer aguas, hasta que se rompió definitivamente en 1918.
Era una época en la que el glamour primaba en una floreciente industria alrededor de la cual pululaban muchas personas deseosas de sacar provecho de los contactos que hacían en los saraos que se montaban en mansiones como la de Iribe. A uno de ellos asistió Maybell Hogan, recién divorciada de Francis George Coppicus, dueño de la agencia Columbia Artists, con el que había tenido dos hijos. Surgió la chispa del amor entre anfitrión e invitada y de inmediato unieron sus vidas.
De aquellas fiestas no solo salían flirts, sino también propuestas de trabajo. Iribe conoció a Cecil B. de Mille con una copa en la mano. Conseguir una entrevista con uno de los magnates de Hollywood era el sueño de muchos. El productor y director ya tenía una abultada filmografía y triunfos tan señalados como su primera adaptación de Los diez mandamientos. Hablaron de proyectos y De Mille apuntó su intención de realizar otra superproducción de carácter bíblico, Rey de Reyes.
"¿Quiere usted encargarse de la dirección artística de la película?", susurró el cineasta al vasco. Asintió éste con aparente serenidad y al día siguiente ya estaba metido en diseños. Buscaba algo original que llamara la atención del director sin tener en cuenta el clasicismo de De Mille. Iribe fue sustituido por Mitchell Leisen.
El emblemático perfume Chanel Nº5.
Los nazis se perfuman
Iribe y Maybelle Hogan abandonaron los Estados Unidos huyendo del escándalo motivado por el fracaso profesional. La llegada del vasco a París fue el gran momento de Coco para atraerle en plan profesional y también sentimental. La relación comercial dio unos frutos que sirvieron para afianzar aún más su esplendor en el mundo de la moda. La ocupación de Francia por las tropas alemanas en plena II Guerra Mundial dio una nueva orientación a la vida de Chanel mientras su nº 5 perfumaba a la élite parisina.
Coco fue una mujer muy caprichosa con el amor. Si le gustaba un hombre no paraba hasta conseguirlo. Cuando tuvo enfrente a Hans-Günther von Dincklage -47 años, alto, rubio y de la nobleza-, no se lo pensó dos veces. Fue directamente a por él sin importarle que fuera el agregado alemán durante la ocupación de Francia, ni que le apuntaran como persona relacionada con la temida Gestapo. Correspondida por el alto jerarca, la diseñadora se anotó un nuevo triunfo sentimental, posiblemente sin darse cuenta de que la conquista verdadera la había hecho él.
Chanel se movía en círculos muy destacados de la vida social y política, y no solo de Francia, sino también del Reino Unido. La relación amorosa que había tenido con el duque de Westminster le había permitido tutear al mismísimo Winston Churchill. Vamos, que la señora era un flete para cualquier servicio secreto que se preciara. Así lo entendió el almirante Canaris, que la incluyó en su lista de espías con el nombre de guerra de Westminster, tal vez en recuerdo de un amor fenecido o como directriz de sus informaciones.
Jugó un importante papel en el soterrado mundo del espionaje hasta el punto de que en 1943 se plantó ante el embajador británico en Madrid con la misión de que informara a su común amigo Churchill que en Alemania había una corriente política que buscaba la paz y quería llegar a un acuerdo. Estos devaneos con el enemigo le dieron problemas cuando Francia quedó libre. Tuvo que exiliarse a Lausana (Suiza) y se dice que fue el propio primer ministro inglés quien pidió que se la dejara en paz. En 1974 su rubio y bien plantado alemán acabó sus días en Mallorca.
Nace el mito
Coco Chanel fue voraz en el amor. Su lista de amantes aún no ha podido ser completada. Se dice que si un hombre le gustaba iba directamente a por él confiando siempre en sus poderes social y económico. Pocos se le resistían. En el caso de Iribe, el vasco, su interés fue comercial, ya que su unión significó el ocaso definitivo de Paul Poiret, su más directo rival, y su afianzamiento total y definitivo en el mundo de la moda.
La creación del Chanel nº 5 fue tal vez su mayor acierto como perfumista. Ha pasado más de un siglo y su aroma sigue dominando sobre los miles que han tenido pases más o menos efímeros por las estanterías más refinadas. Más que un producto comercial es uno de los emblemas más característicos de una época.
El título de diosa del diseño no es una exageración, ya que Coco era capaz de convertir un simple uniforme de criada en su petit robe noire, una prenda que la alta costura mundial consideró que era uno de los logros más espectaculares de todos los tiempos.
Su coqueteo con los nazis durante la ocupación de Francia fue una mancha indeleble que le llevó en 1939 al cierre de su archifamosa boutique. Aquel mismo año trasladó su vivienda permanente al Hotel Ritz, donde a base de morfina trató de paliar los daños que le producía la artritis, pero en el fondo lo que más le dolían eran las graves consecuencias de aquel devaneo.
Amargada y sola en la habitación, Coco Chanel no fue consciente de que su final estaba cerca. El 10 de enero de 1971 aún hacía planes para la presentación de su próxima colección. Apenas si se dio cuenta de que no sería en este mundo.