No es por ser agorero, pero la cosa pinta un poco regular. Me refiero al funcionamiento del mundo, que parece a un paso de gripar. Hay señales muy claras al respecto. Por ejemplo, lo que acontece en la Casa Blanca, gobernada por un presidente que está acostumbrado a hacer de su capa un sayo y a tirar por la calle del medio, incluso al paso por una rotonda, provocando todo tipo de chirridos en las relaciones internacionales y en las economías del orbe, que no pueden conciliar el sueño sin examinar cada noche las redes sociales del citado, no sea que se avecine el apocalipsis antes de lo previsto. Se le notan a Donald Trump sus maneras de promotor inmobiliario, que es lo que es y lo que le ha dado la fortuna, en cada actuación y en cada declaración que regala al planeta y, sin ánimo de ser quisquilloso, da la sensación de necesitar de ese reconocimiento que solo se puede obtener en las enciclopedias, bien sean de papel o digitales, cuando uno ha dejado de respirar. Y, mientras tanto, el resto de la humanidad aprieta un poco los dientes a ver si las nuevas disposiciones presidenciales no hacen demasiada pupa. Habrá que esperar a ver cómo deja este hombre su país y el mundo una vez concluya la legislatura para valorar los daños ocasionados.