Síguenos en redes sociales:

Mesa de Redacción

César Martín

Deporte

Aún me acuerdo de lo que vi el otro día. Regresaba a casa después de trabajar un domingo, que debería estar consagrado al Señor o, en su defecto, a actividades de socialización, ocio o asueto, cuando, de repente, una cuadrilla armada con banderas que no supe identificar, arrancó un aplauso y se puso a animar y proclamar vítores cuando apareció un deportista en un parque de La Florida segmentado y delimitado como parte del escenario de una prueba deportiva. No me había percatado de ello por el grado de empanada mental que acostumbro a llevar después de pasar toda una jornada juntando letras, pero en la zona y a aquellas horas de la noche, aún había competidores de una prueba de triatlón que no habían pisado la meta. Se esforzaban por devorar metros y metros de una maratón después de horas y horas haciendo deporte de elite. Me llamó la atención su capacidad para sufrir y su empeño por llegar. Supongo que la fortaleza mental de ciertos seres humanos, su empecinamiento y su umbral de resistencia están por encima de otras consideraciones, por difíciles y complejas que sean, y se acomodan como rasgo diferenciador respecto al común de los mortales, que habríamos abandonado a la mínima para echar una caña.