A mí, que me registren. Lo digo porque en las últimas décadas no he sido capaz de encontrar –y mucho menos, adquirir– perretxikos autóctonos a un precio que no requiera financiación a través de prestamistas sin regulación normativa o la venta de un riñón en mercados de turbia existencia. Con este preámbulo, solo quiero apuntar una circunstancia recurrente que aparece entre mis reflexiones cuando se acercan esas fechas del calendario ineludibles para una sociedad como la alavesa, con gran predicamento por San Prudencio y por Estíbaliz: a la humanidad le falta un hervor. Es la única explicación existente –aparte de la manida ley de la oferta y la demanda– ante hechos singulares, como que haya individuos capaces de comer cartón remojado durante un par de semanas a cambio de alardear de manjares en una fecha señalada. Me temo que esto ocurre con cierta asiduidad y en muchas vertientes de la vida, porque esto que les relato no solo ocurre en estos lares ni exclusivamente a estas alturas del santoral. En fin, me imagino que aquí tienen cabida refranes como que nos quiten lo bailado, y expresiones como carpe diem. Yo mientras tanto, festejaré al santo meón con un revuelto de champiñones, que es para lo que me llega el parné.
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