Frodo y Sam conversan, victoriosos y derrotados, después de destruir el anillo en el Monte del Destino. Y Frodo, el héroe, rinde homenaje a su amigo y compañero de aventura: “Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam”. Pues como en El Señor de los Anillos, aquí estamos, día 6, al final de todas las cosas... navideñas al menos. El Día de Reyes es casi como los domingos, empiezas zambullido en la felicidad festiva y según avanza la tarde-noche una sombra se va cerniendo sobre ti aunque intentes ignorarla. Días de celebración, encuentros, comidas, encargos en el mercado, regalos, espumillón, que si Olentzero, que si uvas, que si vino caliente, que si quedada con la cuadrilla, que viene la familia, prepara la cena, el bingo familiar, encarga el roscón, ¿has escrito la carta a los Reyes Magos?, otro año que no toca ni un maravedí en la lotería... Y tras una efervescencia que te arrastra casi sin darte cuenta, de pronto, te encuentras una mañana transitando junto a un estante esquinado en el supermercado del barrio donde solitarios y tristes, esperando quizá a algún alma nostálgica, resisten unos cuantos turrones que nadie quiso comprar y que te miran entre suplicantes y resignados. Aquí, al final de todas las cosas.
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