No todo van a ser desgracias ni malas noticias en esta vida como esa maldita dana que ha asolado a la Comunidad Valenciana, donde en mi época como enviado especial hice en su día grandes amistades. Este pasado sábado recibí la visita de uno de mis mejores amigos y, por ende, su familia en Vitoria. A Israel le conocí el primer día de mi periplo universitario en Leioa, como ya he contado en estas líneas tiempo atrás. Siempre nos reímos al recordar aquel momento pese a que ya han pasado la friolera de 25 años. Me senté a su lado y rápidamente surgió la química, más al saber que nos unían raíces burgalesas. Cuatro años juntos de carrera, un viaje de fin de estudios a Palma de Mallorca y otras posteriores comidas con nuestras esposas y retoños han cultivado una amistad sana de la que me siento muy orgulloso. Tras aquel partido del Alavés al que me invitó al palco de El Plantío en Segunda División, sufrió un delicado problema de salud del que, por suerte, ya está bastante recuperado. Este sábado me cercioré en primera persona de que vuelve a ver la luz al final del túnel y esa es una alegría indescriptible. Espero que la próxima vez que nos veamos sea junto a un buen lechazo. Cuando le dije que era fuerte como un roble y saldría de esta, no me equivocaba.