Sí, no me lo puede negar. Usted también se ha esforzado este verano en conseguir esa fotografía con la que plantar cara a la dura competencia que plantean sus familiares y amigos por el ansiado premio a las mejores vacaciones. Las redes sociales nos generan esa sensación ficticia de que todo el mundo a nuestro alrededor está disfrutando más que nosotros, cuando habitualmente la vistosidad de la foto es inversamente proporcional al disfrute. A las pruebas me remito. Este año he visto a veraneantes pringarse de arena y sal la ropa por sacarse una foto artística en la playa, discusiones familiares por no cuadrar el enfoque deseado por el modelo, colas eternas al sol para acceder al mejor ángulo para la instantánea, posados al borde de un precipicio, perros y bebés desbordados por la insistencia de sus dueños y padres en fotografiarse con ellos mientras los besan y estrujan... Mi mayor enemigo al pasear por la orilla de la playa solía ser el clásico niño con arena hasta las orejas que corre sin mirar al frente, pero ahora lo que me aterra son las miradas de las señoras por cruzarme por delante de la cámara. Que el volumen de imágenes en redes sociales descienda es uno de los pocos consuelos del final de las vacaciones, aunque he de admitir que espero con ansia las escenas con las que me sorprenderá el próximo verano.
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