Para alivio tanto de los amantes del deporte que han aparcado su vida social durante dos semanas como de quienes prefieren cualquier otra actividad y se han visto desbordados estos días, los Juegos Olímpicos llegaron ayer a su fin. Una vez más, el para mí mayor espectáculo del planeta no ha dejado indiferente a nadie. Es imposible ver una concentración similar de talento, técnica y físico en tan poco espacio. Ojalá los mejores grupos de música del mundo se juntaran en un festival o los directores y actores de cine más emblemáticos colaboraran para filmar una película cada cuatro años, pero ese privilegio sólo pertenece al deporte. Cada uno de los presentes en París tiene un mérito enorme, pero yo me quedo con varios momentos icónicos por los que se recordará este verano: Léon Marchand con su exhibición en la piscina y cuatro oros ante su público, la consagración de Katie Ledecky, Armand Duplantis y su extraterrestre récord de salto de pértiga, la redención soñada de Simone Biles en gimnasia artística, el doble oro de Remco Evenepoel en las dos pruebas de ciclismo y la coronación de dos leyendas de sus deportes como Stephen Curry y Novak Djokovic con actuaciones heroicas para lograr el único título que les faltaba. La vida sigue, pero la emoción de estos días tardará en desaparecer.
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