Pues nada. Ya estamos inmersos hasta el corvejón en la campaña electoral que, entre otras cuestiones básicas para la vida democrática, contribuirá a resolver la identidad del próximo lehendakari. Aunque no me crean, estoy ilusionadísimo por la llegada de este periodo trascendental para el sistema político que nos hemos impuesto. Y no especialmente porque me obnubilen los candidatos en contienda o los programas electorales elaborados para satisfacer presuntamente las necesidades de la sociedad. Todo eso está muy bien, pero lo verdaderamente importante es lo que uno puede meter en la buchaca. Y no me refiero a cuestiones pecuniarias, sino a todo aquello que sea capaz de ilusionar a un bebé. Yo tengo uno que repele la quietud. Por eso es fundamental encontrar el fetiche adecuado para encauzar sus inquietudes. Y ahí, los globos de colorines con la identidad corporativa de los partidos en liza se antojan esenciales. Le vuelven loco, así como los bolígrafos consignados en mano por los candidatos que sirven para pintarse las manos y la ropa. Tampoco están mal las flores, ni las pegatinas que puedan romperse en mil pedazos. Quien más sonrisas consiga sacar a la criatura, más agradecimientos sincero se llevará del aquí firmante, que sabrá corresponder en consecuencia.