El fútbol español tiene un problema muy grave. Como la política, va sobrado de casos de corrupción. En la Federación Española han convivido y conviven personajes que podrían salir perfectamente en una película de Torrente. Los sucesivos cambios en las altas esferas no han servido para limpiar un organismo con una millonaria red clientelar en sus entrañas desde los tiempos de Ángel María Villar. Son el mismo perro pero con distinto collar. A nadie pueden sorprenderle los acontecimientos de las últimas horas con Luis Rubiales y varios palmeros en el ojo del huracán. Dando por sentado que cualquier persona merece la presunción de inocencia, no hace falta ser adivino para intuir que el expresidente –viviendo desde febrero a cuerpo de rey en la República Dominicana mientras la Guardia Civil sospecha que podría estar blanqueando el dinero de las comisiones– no es trigo limpio. Lo triste es que fuese descabalgado de la poltrona a raíz del famoso beso a Jenni Hermoso tras el Mundial, siendo este otro episodio vergonzoso. Las altas instancias del deporte español y el Gobierno hicieron la vista gorda con sus desmanes. Los contratos firmados con Arabia Saudí para la disputa de la Supercopa olían a chamusquina desde un primer momento. Como muchos, Rubiales se sentía intocable.