Compruebo patidifuso que en páginas interiores de la edición que tiene usted en sus manos se incluye la imagen de una religiosa sirviendo una caña con todos los predicamentos y las bendiciones necesarias para disfrutar de la cerveza. No se crean, porque me ha costado reaccionar al aturdimiento inicial por la sorpresiva composición de la fotografía. Después, una vez ingerida la cantidad de paracetamol necesaria para volver a estar católico del todo, he pensado aquello de que por la paz, un Ave María. Si la Iglesia ha decidido que se llega al alma de los alaveses escanciando birras desde la barra del bar de Estíbaliz, yo no soy nadie para oponerme. Es más, estoy por recuperar parte de mi fe perdida acodado junto al grifo de la hermana cervecera. Hasta hoy, irse de cañas ha sido la mejor fórmula para limar asperezas. Supongo que a partir de ahora, los fieles podrán echar un rato de recogimiento y oración en el local habilitado en el cerro consagrado a la patrona de Álava y de los alaveses con una jarra fresquita, zurito en su defecto, y ponerse a bien con Dios y sus pastores en la Tierra sentados en la terraza del establecimiento recién inaugurado por las inquilinas del monasterio referencial del territorio. Ya saben, a Dios rogando, y con el mazo dando.