Miles de muertos después, Gaza sigue en su lugar en el mapa, aunque fracturada a más no poder. Lo que un día fue una franja de terreno sin viabilidad política sometida al bloqueo israelí sigue tal cual, aunque repleta de escombros y arrasada por los misiles tras la reacción hebrea al peor y más sanguinario ataque terrorista perpetrado jamás en la zona, que ya es decir. Los integristas de Hamás, títeres de los intereses de Irán y de sus ayatolás chiís –los mismos que propician la muerte a golpes de una de sus ciudadanas por no llevar el velo–, han logrado lo que buscaban: la furibunda inercia del Estado hebreo de los halcones más belicosos, que no tienen problemas a la hora de asimilar los términos palestino y terrorista islamista como sujetos objetivo de la fuerza del fuego de los militares judíos. Así que, desgracia tras desgracia, bombardeo tras bombardeo, el odio arraiga sin problemas abonado por la muerte y la sinrazón y que se trasluce en los aplausos a las decapitaciones ejecutadas por los milicianos de las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam –inhumanas, por muy palestinos que sean los verdugos– o la desidia en las condenas a Israel por aprovechar su derecho a la legítima defensa para devastar miles de vidas de gazatíes. Horror de humanidad.