Hay dos hechos fundamentales para la existencia de la vida conocida que marcan el inicio del reinado del grajo. Por lo menos en nuestro amado templo del cortado mañanero. Por un lado, el debate a pecho descubierto y calzón quitado entre parte de los viejillos sobre si calefacción central sí o no. Por otro, la protocolaria colocación del cartel que anuncia a los presentes que ya hay caldo disponible, lo que nos lleva a otra pelea sin cuartel sobre si al líquido elemento hay que nutrirle con un poco de vino blanco, tal vez con algo de picante o incluso con algún picatoste, trocito de jamón o huevo duro. Sobre estos tres últimos elementos y el punto de sal que debe tener el consomé, uno ha visto discusiones de tal calibre entre estas paredes, que ríete tú de Esperanza Aguirre cortando las calles a modo de perroflauta de derechas en contra del perdón político, católico o lo que sea que ahora les preocupe a los que dicen que son responsables de la cosa pública. En el fondo, como el otro día apuntó un abuelo en modo zen después de sobrevivir a la cuarta operación de cadera, a la clientela del local le pasa lo mismo que a sus señorías, que se dedican todo el rato a tirarse los trastos a la cabeza mientras el caldo, cuya principal función es calentar los morros y los cuerpos, se enfría. l