La palabra más repetida a lo largo de las últimas semanas a lo largo y ancho del mapa hispano ha sido amnistía. Y el personaje de referencia, Carles Puigdemont. Quién le iba a decir al fugado expresident de Catalunya que iba a contar de nuevo con relevancia real en las decisiones políticas cuando salió huyendo por patas tras el referéndum del 1 de octubre de 2017, cosa que en la que le imitaron unos cuantos patriotas más tras aquel episodio, mientras que otros que también tuvieron voz y parte, al menos tuvieron la decencia de afrontar lo que se les venía encima. Más de seis años después, las consecuencias de ese referéndum se han vuelto a convertir en protagonistas en las negociaciones para que Pedro Sánchez vuelva a ser reelegido como presidente del Gobierno. Y me llama la atención soberanamente que durante semanas y semanas lo único que le haya interesado a Puigdemont y sus seguidores haya sido la amnistía para los condenados por aquella jornada funesta. Un claro ejercicio del ¿qué hay de lo mío? y que deja bien a las claras lo poco que les importan a algunos los intereses de quienes representan, en este caso el pueblo catalán. Otros más cercanos apretarán las tuercas a Sánchez, pero para beneficio de Euskadi y de su ciudadanía.
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