En este barrio conflictivo en el que vivimos sabemos un rato sobre el barroquismo lingüístico. Hemos pasado décadas intentando descifrar y acotar los límites de conceptos como condena... Supongo que no debería extrañarnos tanto que, dados los precedentes, una expresión que incluye varias palabras genere la inflación de soflamas a la que llevamos asistiendo desde hace meses. Solo sí es sí, una galaxia de recovecos que retorcer. Hay que joderse, porque si vas a la literalidad del asunto, el nombre oficioso de esta ley es pura tautología y, de paso, evidencia de nuestro fracaso como sociedad: hay todavía un ejército de tipejos sueltos que no quieren entender que solo sí es sí. Por eso, que una ley haya venido a poner en su eje de acción el consentimiento es bueno y necesario. Por eso, si la ley tiene unos efectos perversos no buscados por el legislador es un problema y, con humildad, convendría resolverlo. Pero hace tiempo que este asunto abandonó el terreno jurídico para enfangarse en el politiqueo y el preelectoralismo. Y en esos terrenos, de retorcer palabras y conceptos se pasa a otras prácticas también conocidas como eso que con mucha poesía llamamos la lucha del relato. Y así es como las palabras y los conceptos se difuminan y se corrompen y ya nadie se acuerda de qué iba todo esto realmente.