Supongo que si una echa la vista atrás, los siglos que contemplan a la humanidad las han visto de tantos colores que pretender que estos tiempos son particularmente oscuros es poco menos que una audacia o un ejercicio algo inconsciente de ombliguismo. Asumido esto, no es menos cierto que, precisamente por ese largo camino recorrido, cabría esperar cierto aprendizaje. Y el ser humano no da demasiados motivos para semejante alarde de esperanza. Estos pensamientos sombríos me rondan mientras leo sobre la detención en Alemania de una veintena de ultraderechistas acusados de planificar un golpe de Estado. Según el fiscal general alemán, su objetivo era “destruir el orden democrático constitucional en Alemania a través de la violencia y de medios militares”. Alemania. Estas cosas están pasando en Alemania. Quizá deberíamos reflexionar, entre otras cosas, sobre qué clase de sociedad hemos construido para que determinados discursos tengan espacio; espacio suficiente, no ya para entrar en un parlamento, sino para dirigir un gobierno. Qué responsabilidad tenemos cada uno de nosotros como ciudadanos, qué valores estamos priorizando, y qué responsabilidad tiene la clase política en alimentar esos discursos y en manosear conceptos básicos como democracia.