Si el Periodismo es una profesión ya de por sí bastante denostada, en las últimas semanas estamos asistiendo a una serie de episodios que no hacen sino aumentar el bochorno de quienes lo ejercemos. El formato –barato habría que añadir y que no deja de ser una copia de Sálvame– de tertulias plagadas de las mismas caras de periodistas especialistas en nada que de todo saben se ha convertido en el predilecto para llenar horas de contenido vacío; mesas en las que esos mismos eruditos defienden a capa y espada sin empacho alguno los colores del partido político al que apoyan. Eso de tergiversar y retorcer argumentos se ha llevado a la máxima expresión también en el mundo del deporte –del fútbol, mejor dicho; el resto de especialidades no existen–, donde también se ha puesto de moda eso de llenar platós o estudios de opinólogos de ciencia incierta que lucen con orgullo sus colores. Ni siquiera la selección se salva ya de ese los míos buenos y el resto malos. La de todos se ha convertido también en la de unos contra otros: los que apoyan a Luis Enrique y quienes lo detestan. El ridículo estos últimos días ha alcanzado cotas insospechadas, con la manipulación de unos audios por puro odio personal. Una vergüenza que nadie parece que vaya a pagar.