Cuando algo malo pasa, uno siempre espera del resto algo de comprensión, apoyo, respaldo y empatía. Hasta cariño, incluso. Salvo, claro, que uno se tome el café diario en un sitio lleno de lo peor de la especie humana, y esto siendo finos. Como ya sabrán, este periódico que tienen entre las manos salió el pasado sábado a la calle como un milagro hecho papel tras el ciberataque que sufrimos el viernes. Y fue posible gracias al esfuerzo de no pocas personas y de terminar de currar a las mil y una. Pues fue entrar el lunes en nuestro amado templo del cortado mañanero y uno de los viejillos ya me echó en cara que qué delgado venía el otro día la cosa, que sois más vagos que la chaqueta de un guardia. Nuestro querido escanciador de café y otras sustancias fue el siguiente en atacar: esto no os pasaría si todavía se hiciesen las cosas como Dios manda, con linotipia y máquina de escribir. Otro de los venerables me estuvo dando la paliza 20 minutos porque en realidad no entendía qué era eso del ciberataque, si es que se nos habían plantado en el periódico algunos robots con navaja toledana o qué. Pero el que ya me tocó los innombrables fue el abuelo que, apoyado en la barra, con el palillo entre los dientes y subiéndose un poco la txapela, me dijo ¿y ya probasteis a apagar y encender?