Puede parecer por lo que estamos viendo estos días que tanto la FIFA como Qatar se han pegado un tiro en el pie con la organización de este Mundial metido con calzador en pleno mes de noviembre. Más que blanquear al emirato lo que se está consiguiendo es convertirlo en la diana de todos los indignados defensores de los derechos humanos que aquí en Occidente nos estamos rasgando las vestiduras a la espera del debut de nuestras respectivas selecciones. Pasará, supongo, como con todo. Lo que hoy obliga a Shakira a suspender sus bolos pérsicos y fuerza a hacer macramé editorial a la tele pública que ha comprado los derechos de emisión mañana será agua pasada. Ya ayer lunes se empezaba a percibir que los streams de Luis Enrique, el regreso de Van Gaal, el potencial de Brasil y la alegría de los ecuatorianos de Madrid ante la victoria de sus muchachos empezaban a desplazar sutilmente en nuestras mentes y corazones a la batalla que con tanto brío hemos planteado en estas últimas semanas en favor de los derechos de las mujeres, de los trabajadores esclavizados y del colectivo homosexual. No pasa nada, hay mil causas que abrazar, y en cuanto acabe el fútbol nos podremos poner con otra.
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