Vale más el arte o la vida? Pues vale más la vida, claro que sí, pero el arte, y en concreto la pintura, tiene la virtud de conservar vivos, frescos y penetrantes los ojos y el alma de una vieja friendo huevos o de un bufón del siglo XVII. El arte inmortaliza para siempre el grito lleno de horror, pero también de vida, de la madre que sostiene a su hijo inerte bajo las bombas de los nazis, y mantiene desesperadamente vivo a quien está a punto de ser fusilado un 3 de mayo, y aún caliente al muerto que yace a su lado. El arte abre agujeros en el muro de Cisjordania, y transforma un montón de manchas de aceite coloreadas en un atardecer en una playa de Valencia, en un ocaso tan vivo y tan real que conmueve. Y gracias al arte, también, un hombre atormentado, cargado de obsesiones, enfermo, pobre y desgraciado podía expulsar a sus demonios y congelarlos en un cielo estrellado, en la terraza de un bar, en un campo de cereal, en el austero dormitorio de una pensión o en un anodino ramo de girasoles. Y seguro que en algún sitio habrá hoy alguien capaz de pintar y transmitir a las generaciones venideras cómo fue esta época de emergencia climática, miedo, superficialidad y estupidez extrema.