El otro día, con un calor de narices en la calle, se nos presentó uno de los viejillos con el bañador y el gorro de piscina en nuestro amado templo del cortado mañanero. Tal cual. Bueno, igual iba con pantalones cortos por la rodilla y una visera regalada por los nietos para ir a la playa, pero más o menos el efecto en la parroquia fue el mismo. Luego dicen que lo del cambio climático no existe. Aquella mera imagen casi desemboca en una marcha ecologista sin parangón, de las de ríete tú de Greta Thunberg y compañía. Por fortuna, las huestes no salieron en manifestación. Aún así, sí están los abuelos con un cabreo importante porque mientras se abrasan bajo la txapela, varios no dejan de recibir llamadas de gente queriéndoles vender la electricidad y el gas, todo junto y a unos precios superchachis, sobre todo ahora que va a venir el invierno y la cosa de las facturas va a estar disparada. Una de esas comunicaciones nos pilló el lunes en el bar y el viejillo aludido le dijo al muchacho en cuestión que si el contrato no incluía el mantenimiento de cadera y los análisis de orina, sangre y tensión, se fuera olvidando. Unas risas ya nos echamos, todo hay que decirlo. Después, al castañero que se ha puesto cerca del local le invitamos entre todos a un helado.