No sé si el “armagedón nuclear” estará ya a la vuelta de la esquina como ha advertido Joe Biden. Avisó de la invasión de Ucrania, así que yo ya hago pocas bromas con sus capacidades predictivas; tampoco Vladímir Putin me parece un tipo dado al respeto a la vida humana. Por de pronto, ayer estalló el puente que unía Crimea con Rusia, episodio siguiente a las explosiones en los gasoductos Nord Stream. Esta guerra tiene muchos frentes y muchas capas. Y este planeta está empeñado en irse al carajo. Mientras tanto, aunque le hagamos el caso justo, en Irán sigue la represión contra las protestas por la muerte de la joven Mahsa Amini, detenida por llevar mal puesto el velo islámico. Y represión significa muerte, no hay medias tintas. Estos últimos días hemos podido ver imágenes de un grupo de adolescentes, unas niñas, quitándose sus velos ante un funcionario del Ministerio iraní de Educación –ejem– y abroncándole. En el país de los ayatolás. Con un par de ovarios. Si un día la RAE necesita imágenes para ilustrar en su diccionario conceptos como dignidad y valentía podrá utilizar las de esas jóvenes, las de esas mujeres que están saliendo a las calles iraníes arriesgando sus vidas para clamar algo tan esencial como mujer, vida, libertad.