Ha vuelto a suceder. Ayer por la madrugada una joven tuvo que ser ingresada en Txagorritxu después de recibir un pinchazo en una discoteca de Vitoria, una semana después de que otras dos sufrieran la misma suerte e idénticos síntomas. Temo que este escándalo pueda convertirse en una práctica habitual y no puedo más que sentir vergüenza de que alguien de nuestra misma especie sea capaz de llevar a cabo una salvajada como esa, con el único fin de someter químicamente a una mujer para aprovecharse de ella. No se puede ser más cobarde. Si las cosas siguen por el mismo camino y los casos continúan aumentando, no va a quedar más remedio que obligar a los locales de ocio nocturno a cachear a los clientes en la entrada, aunque, como ya se ha comprobado en otras ocasiones, la mayoría hará la vista gorda. A las puertas de que regresen las fiestas de La Blanca tres años después, estos impresentables amenazan con manchar estos días de celebración y, si a mí ya me están generando miedo, imagínense a las jóvenes, que son el objetivo de estos abusos. Conviene informarse sobre el asunto para saber cómo actuar en estas situaciones, pero sobre todo que los agresores reciban castigos ejemplares y disuasorios cuando se les atrape.