esde hace ya varios años, uno de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero sostiene de manera firme, y con datos contrastados en base a cada visita ministerial a la ciudad, que no nos tenemos que preocupar por el Apocalipsis. Se producirá sí o sí el mismo día en el que en Vitoria se inaugure la llegada del tren de alta velocidad. La última vez, calculamos que eso se producirá, soterramiento profundísimo y estación superchuli mediante, dentro de entre 250 y 300 años. Aún así, en estos tiempos de incertidumbre en los que hasta hacer cualquier comentario más o menos sangrante sobre el Alavés puede terminar con el cuchillo jamonero de nuestro querido escanciador de café y otras sustancias sobre la barra, varios venerables están empeñados en mantener el espíritu alto convencidos de que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Las señales están ahí, dicen. Hasta la Nasa ha anunciado que se viene un meteorito para mayo. Así que en esta fiesta sin límites en la que parece instalado el mundo hasta que el último cierre la puerta y nos vayamos todos por el sumidero, varios viejillos apuraron la cartera el otro viernes y se pegaron una cena a base de tanto marisco que el pescatero casi se desmaya cuando cobró. Total, para lo que nos queda en el convento.
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