as guerras nunca empiezan con el primer disparo. Este fin de semana leía en The Washington Post sobre una historia ocurrida el pasado septiembre, durante las elecciones legislativas en Rusia, cuando funcionarios rusos se presentaron en el domicilio del principal directivo de Google en Moscú con un mensaje: la tecnológica tenía 24 horas para eliminar una app impulsada por el líder opositor Navalni. O eso, o prisión. Google trasladó a su directivo a un hotel con nombre falso, cuenta el Post. Allí se presentaron nuevamente los agentes rusos, supuestamente del FSB -sucesor de la KGB-: el reloj seguía corriendo. Horas después, la app de Google desaparecía, igual que una similar de Apple. La historia no es una anécdota. Con el comienzo de la guerra abierta hace casi tres semanas, el Kremlin promulgó una ley que prevé penas de hasta 15 años de cárcel por difundir “noticias falsas”. La veracidad de las noticias la establece el Kremlin, que prohíbe además utilizar palabras como invasión, ataque o guerra para hacer referencia a Ucrania. Esta guerra, no hay duda, tiene uno de sus frentes en las redes sociales, en el ámbito digital y, por extensión, en la información. Y sí, seguramente empezó hace tiempo, con historias como esta de septiembre.
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