e ha tocado mi primera Cabalgata de Reyes con mis hijas, que fue precedida de una discusión sobre si era mejor ir más pronto pero a un punto más lejano de la ciudad o si era preferible desplazarse más cerca, pero regresando a casa muy tarde. Entre patear más de tres kilómetros hasta la salida o andar la mitad pero regresando al hogar cerca de las diez de la noche, elegimos la primera opción, buscando respetar las horas de sueño que son tan importantes. Y es que, debería alguien plantearse si un evento destinado a niños, especialmente a los que aún son muy pequeños, tiene que empezar tan tarde y concluir a una hora en la que ya deberían estar metidos en sus camas con la ilusión de los regalos en mente. Una reflexión aplicable a este evento, pero que se puede extrapolar a muchos ámbitos de nuestras vidas. Por ejemplo, esa tendencia de las televisiones de retrasar cada vez más su prime time o los horarios intempestivos de la disputa de muchos partidos de Alavés o Baskonia. Tampoco entiendo que los horarios comerciales arranquen a una hora tan tardía como las diez de la mañana. Por no hablar de las jornadas laborales que se estiran de manera incomprensible a cambio de rebajar la productividad. Aquello de europeizarnos sigue en el limbo; mientras, seguimos viviendo a deshoras.
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