as crisis siempre conllevan cambios en los hábitos vitales y el coronavirus ha venido acompañado, entre otras cosas, por la proliferación de unas terrazas que han llegado para asentarse definitivamente en Vitoria durante todo el año. Estos espacios hosteleros aparecían en nuestra ciudad con el buen tiempo -es decir, unas pocas semanas en verano- y en cantidades no excesivamente considerables, pero la imposibilidad durante muchos meses de consumir dentro de los bares ha propiciado un cambio en los hábitos de la clientela. Las sillas y las mesas exteriores han proliferado hasta convertirse ya en parte del mobiliario urbano fijo. Ya nadie mira ojiplático a quienes las ocupan llueva o haga frío. Todo aquel hostelero que ha podido -aquí las risas van por barrios, ya que dentro de un gremio que ha sufrido la pandemia como ningún otro hay muchísimos que no pueden aprovechar sus aledaños- ha colonizado el exterior de su local o ha ampliado su zona de acción ganando metros a las aceras. Una realidad más parecida a la que disfrutan otras capitales hacia el sur y que hace que las calles ganen en viveza. Y, a la larga, una alegría también para el organismo recaudador, para el que el incremento de veladores supondrá una ganancia considerable.
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