uando ya las palabras coronavirus, covid, pandemia o crisis sanitaria empiezan a difuminarse en medio de una actualidad que vuelve poco a poco a cauces del pasado -con precaución con el tema vírico, eso sí, que todavía el riesgo sigue latente-, me empiezo a preguntar si mis ojos y los de mis convecinos verán hacerse realidad el soterramiento de las vías de tren en Vitoria o si ese plan del que tantos años se lleva hablando -uno ha perdido la cuenta- se quedará definitivamente en el cajón de las grandes oportunidades perdidas. Durante mucho tiempo, eliminar el paso de los trenes por el medio de la ciudad en ese corte que la taja en dos y la divide era objetivo ineludible, pero el panorama se torna cada vez más oscuro en este sentido. No en vano, más allá de los retrasos ya comunes en la llegada de la Alta Velocidad a la capital alavesa -el suma y sigue en este sentido es una constante-, las voces que se escuchan no conducen precisamente al optimismo. El soterramiento que se contemplaba como solución ineludible y única ya no parece ser estrictamente obligatorio, al menos para una parte de la ecuación gubernamental, la socialista, que ya lo pone en duda. La otra, la jeltzale, la defiende con uñas y dientes. Como le corresponde a Vitoria.
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