stá claro. Es una magnitud tangible y, seguramente, los más sesudos estudiosos de las universidades más inverosímiles del Midwest norteamericano ya han logrado acotar la causa en estadísticas de lo más pintoresco, que den a entender que cada vez que habla el reputado virólogo de cabecera de una u otra institución, la barra de pan sube de precio. No hace falta ser un lumbreras para barruntar algo sobre el particular, ya que, por desgracia, por estos lares hemos acumulado al respecto toneladas de experiencia escuchando los mejores momentos de doctores como el epidemiólogo Fernando Simón, que pasará a la historia por sus continuas negaciones de evidencias que, a posteriori, se han convertido en realidades que le han sacado los colores y que han quedado enmarcadas para la posterioridad. Y no sólo ha ocurrido con el maño universal, ya que en todos los sitios cuecen habas, y más ante una pandemia que ha demostrado a las bravas que es indomable y difícil de gestionar desde el ámbito político. Ahí quedan frases antológicas como hemos logrado domar la curva justo unos días antes de la explosión de la segunda ola en Euskadi, o aquello de en este país no son necesarias las mascarillas. En fin, supongo que la ausencia de cautela es parte de la crisis sanitaria...
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