ice uno de los viejillos habituales de nuestro amado templo del cortado mañanero que no piensa soportar otro año más de noticias sobre el bicho todo el puñetero día en todos los sitios. Que se planta, que no puede, que no quiere, que necesita ya que pasemos al siguiente problema. Lo dice, eso sí, con el trapo en una mano y el desinfectante en la otra, porque nuestro querido escanciador de café y otras sustancias ha decidido que nos tenemos que corresponsabilizar con la limpieza e higiene del local. Lo dice él, el que estuvo sin tocar dos semanas los baños en 2017 porque le daba pereza hasta que un día pasó su hijo mayor a dejar no sé qué y a los dos segundos estaba con la fregona en la mano. Cuando los bares se volvieron abrir a mediados de primavera, en el nuestro todo el mundo se lo tomó en serio, aunque había momentos de rebeldía, sobre todo cuando lo de la mascarilla se volvió de ordeno y mando. Ahora eso no pasa. Habituales y esporádicos estamos cumpliendo a rajatabla todos y cada uno de los preceptos, incluso a pesar de que nos lleve a situaciones equívocas como la del otro día, que entraron dos señoras del barrio, el dueño les pidió los teléfonos por aquello del rastreo y las jefas se pensaron que allí se les estaba proponiendo tema.
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