rrecian las críticas contra el spot del Ministerio de Sanidad español dirigido a los jóvenes para acojonarles con el coronavirus. Pito, pito, gorgorito... Le puede tocar a cualquiera. Y se ven actitudes irresponsables y los correspondientes ataúdes. Y, claro, algunas asociaciones de hosteleros están que trinan porque entienden que se está criminalizando su negocio. Tienen razón al sentirse señalados y desprotegidos, pero también es evidente que el alcohol y la juerga desinhiben y propician los contagios de un sector de la sociedad, el más joven, que todavía se cree que esta pandemia es cosa de viejos o enfermos crónicos. A los bares y a los locales diseñados para amenizar las noches les ha tocado bailar con la más fea. El ocio nocturno está en vías de extinción, quién sabe si algún día volverá por sus fueros aún con vacunas. Y yo creo que ya era hora de meternos miedo, a los viejos y a los jóvenes, y dejar de endulzar la situación con aplausos y canciones. Ya escribí en alguna ocasión que para tomar conciencia de las tragedias es absolutamente necesario visibilizarlas. Por eso entiendo perfectamente la decisión del fotógrafo de guerra que opta por inmortalizar con su cámara una muerte en vez de tratar de evitarla. Hay que disimular menos. A la larga, es más eficaz.
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