a sanidad y la educación son los cimientos de cualquier país decente porque es absurdo e inútil conformar una sociedad sin sentido de la solidaridad y del bien común. Para eso, mejor cada cual a su rollo, cero impuestos y anarcocapitalismo. El que pueda que se lo pague y el que no que se las apañe. Desde marzo, y antes, por supuesto, hemos demostrado que no somos así. Entonces el coronavirus nos planteó el primero y más urgente de los desafíos, el sanitario, y se puso el sistema patas arriba para hacer todo lo que se pudiera por todas y cada una de las personas afectadas. Todo el mundo arrimó el hombro porque la situación así lo exigía. Ahora el reto es el educativo, y como a las niñas y los niños no les baja la saturación de oxígeno por dejar para más adelante el nor-nori-nork, corremos el riesgo de restarle importancia al colegio. Son tiempos excepcionales a los que corresponde enfrentarse con esfuerzos excepcionales, al menos en aquello que importa, y si gobiernos, profesorado y madres y padres nos creemos de verdad que la educación y la sanidad son lo primero, tenemos que actuar en consecuencia y hacerlo ya. Una sociedad que deja a sus hijos en la estacada no merece tal calificativo.
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