eo en una crónica de El País sobre la marcha de Juan Carlos I que hace unas semanas el rey emérito le decía a un amigo: “Los menores de 40 me van a recordar tan solo por ser el de Corinna, el del elefante y el del maletín”. Pobre legado para quien durante décadas presumió de ser el rostro visible de una transición -no tan perfecta- de la dictadura a la democracia. Y si Juan Carlos de Borbón ha hecho realmente esa confesión, creo que evidencia más lucidez y realismo del que, al parecer, ha desplegado en los últimos tiempos. Hay que reconocer al rey emérito que a lo largo de su trayectoria tuvo habilidad, acierto y/o suerte: el epítome es el 23-F, esa noche fraguó su prestigio y leyenda y consolidó esa especie de blindaje que le ha protegido durante décadas. Después, ha habido mucho de progresivo ejercicio de dilapidar crédito -la gestión comunicativa de su marcha fuera de España no le está ayudando precisamente-. Y luego podemos debatir sobre cuánto de verdad o de adorno o de venganza hay en informaciones que, en parte, provienen de grabaciones de tipos como el excomisario y la princesa. Pero, efectivamente, el paso a la posteridad de Juan Carlos I tendrá mucho -ya veremos cuánto- de corinnas, elefantes y maletines y de eso él es responsable.
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