a vida da giros insospechados que, en ocasiones, convierten en apasionantes los lances más nimios. Los que me conocen saben que acostumbro a despotricar. Lo hago con profusión de calificativos difíciles de digerir si no se tiene un oído curtido y hecho a la profanación del castellano más culto. Y lo hago ante lo predecible que es esta sociedad en la que nos ha tocado vivir. En mi descargo, he de decir que después de mil años atento a los acontecimientos locales, uno es capaz de prever con los ojos cerrados las imágenes, los discursos y hasta las políticas que tocan en cada mes del año. Pero, en este ejercicio, las cosas han cambiado. Y de qué manera. El coronavirus del demonio ha puesto patas arriba el día a día, las costumbres y hasta las tradiciones hasta el punto de provocar la anulación de todas aquellas convocatorias en las que se presume que el personal tiende a liarla parda y disfrutar aferrado a un katxi, botella o vaso a rebosar de cualquier bebedizo apto para la juerga. Todo ello pone a disposición de los escribientes un lienzo en blanco que hay que pintar cada día con los trazos de una realidad cambiante, apasionante y dura de un mundo en ocasiones difícil de descifrar. Así que, sin agenda que maldecir, mi mal humor ahora se canaliza hacia aquellos que no entienden los nuevos tiempos.
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