ace ya bastante tiempo que los veranos ya no son como los de antes en una redacción. Hubo un tiempo en que el mundo parecía frenarse en cuanto entraba el mes de julio y en agosto, directamente, detenía su rotación. La agenda mediática oscilaba entre las fiestas patronales, algún que otro suceso, la típica serpiente de verano alimentada por algún político de guardia, el Tour de Francia y, los años bisiestos, los Juegos Olímpicos. La calma chica permitía ganar algo de espacio de vez en cuando a algunas de esas noticias curiosas, inanes, algunas incluso divertidas. Como digo, esto ya no es así. Y este año el tsunami del coronavirus ha arrasado con todo. Prácticamente cualquier elemento de la información que estas semanas aparece en los medios de comunicación está relacionado con la pandemia, ese cisne negro que se ha cobrado miles de vidas y que lo ha sacudido todo, desde la sanidad, la educación, la economía o la cultura hasta nuestras relaciones personales. Me viene a la mente lo de la teoría del cisne negro al ver la imagen del cisne hinchable gigante en el que dos personas navegaban a la deriva en Manhattan, en el East River. Tuvieron que ser rescatadas cuando eran arrastradas por la corriente a una zona de tráfico marítimo. Metáforas.
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