ien harían los políticos -también los del PSOE y el PP- en empezar a repudiar a la Corona. Si no lo hacen, corren el grave riesgo de verse superados por la indignación popular. O la indiferencia, que no sé qué sería peor. La aberrante sucesión de escándalos que van destapándose en torno al emérito Juan Carlos no tiene ya defensa posible. El rey campechano ha usado sus privilegios para atiborrarse de millones, para ligar a raudales, para cazar elefantes y para pasearse por los yates y mansiones de sus amigos árabes, tan corruptos y explotadores de su pueblo como él. La máquina de contar dinero que tenía en La Zarzuela es el símbolo de una decadencia absoluta. Aquello de que nos salvó del golpe de Estado ya no cuela. A ver si aquel magnífico documental ¿de ficción? de Évole no iba tan desencaminado. No me extraña que Urdangarin perdiera la cabeza intentando emular el comportamiento de su suegro. Pero el que está en la cárcel es él, por tonto y por plebeyo, que la inviolabilidad es cosa de los designados por Dios. Es evidente que la fórmula está más que agotada, y eso que ya sería anacrónica aún con un comportamiento impecable. Va siendo hora de hacerse mayores y dejar de vivir bajo ese ala paternalista que pretende encarnar la Corona.
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