iempre he pensado que esos instantes previos al momento deseado pueden ser, a veces, incluso más dulces. Algo así como ese viernes por la tarde, cuando todo es un fin de semana por delante, una promesa aún por llegar. Todavía con las expectativas intactas. En esas horas previas al partido de Valencia, todo estaba por ganar, nada era imposible. Era el momento de la fe, de creer, ¿por qué no? El deporte ofrece entre otras cosas la emoción de la moneda al aire, lo efímero de ese instante en que todo parece perdido y surge la épica para alcanzar la gloria. O esa victoria que se escapa entre los dedos en el más infausto de los segundos. Pienso en esos aficionados que anoche se mordieron las uñas ante el televisor, los que sufrieron y disfrutaron con cada jugada, los que maldijeron el coronavirus por no poder arropar a su equipo en el pabellón, los que sufrieron más que disfrutaron cuando la temporada venía más gris antes de que la pandemia lo parara todo. El deporte es emoción y, aunque esta final ha llegado en un momento demasiado profiláctico como para compartirla como nos hubiese gustado, bienvenida sea. La moneda en el aire al final cayó del lado del triunfo. Una victoria es una victoria, se gane de uno o de treinta, pero algunas saben aún mejor. La afición baskonista se merecía una alegría de este calibre. Zorionak!
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